Sabemos ver, pero no, mirar; tampoco, observar; mucho menos, contemplar. El acto de ver es instintivo en nuestra especie en tanto que es la vista nuestro sentido más desarrollado. Nuestro ojo es capaz de percibir cientos de gradaciones de color que nuestro cerebro combina y transforma en miles posibilidades cromáticas. Vemos mucho, sí, pero ¿cuánto de lo que miramos podemos entender? Ver no es comprender y la evidencia está en que cada vez nuestra especie es más insensible a las atrocidades, a los crímenes y a las desgracias que sin reservas vemos día con día en los medios de comunicación. Vemos tanto que no vemos en verdad nada. Ver en demasía irónicamente nos ha hecho ciegos. Ojos sin razón, eso es lo que somos.
El acto de ver puede ser tan ruin como sublime, todo dependerá del esfuerzo que estemos dispuestos a realizar. Para ver se necesita únicamente abrir los ojos, pero para mirar, observar y contemplar se necesitan abrir la razón, el pensamiento y el intelecto, respectivamente, lo cual pocos tendrán interés en hacer, pues mientras que el acto de ver es placentero, el de mirar, observar y contemplar podría resultar doloroso, sin embargo, sin sufrimiento no hay progreso, no social, sino personal. Lancemos unas preguntas: ¿Cuánto tiempo estamos dispuestos a invertir en ver un noticiero, una caricatura, una serie televisiva, o una producción cinematográfica? Por otro lado, ¿cuánto tiempo estamos dispuestos a invertir en ver la calle, a las personas, a los vegetales, al cielo o a nosotros mismos frente al espejo? Seguramente, no tendremos inconvenientes en ver durante horas contenidos videográficos, pero sí podría parecernos aburrido (e incómodo) mirar lo que nos rodea y esto es porque le damos un valor mayor a la fantasía que a lo real, pues así nos desprendemos (o eso es lo que suponemos) de nuestras responsabilidades y errores.
Ver y saber ver son distintos en tanto que en lo segundo hay un acto de consciencia. Hoy no sabemos ver porque nos hemos malacostumbrado a recibir todo digerido y procesado; pensar nos parece, incluso, anticuado. Somos individuos que cada vez se esfuerzan menos y si bien esto trae ciertas comodidades, lo cierto es que la consecuencia que conlleva es la de hacernos ineptos, de ahí la creciente tendencia a la autovictimización y frustración ante los hechos cotidianos. En estos tiempos ‘civilizados’ la culpa siempre será del otro, nunca de uno mismo.
Saber ver al mundo es fundamental para sabernos ver a nosotros mismos. Saber ver nos permite saber mirar, observar y contemplar, escalones que invariablemente nos conducen al trono de la sabiduría, soberana suprema y respetada de la antigüedad que hoy tiene poca estima entre nosotros, pues, en nuestra soberbia, nos suponemos superiores a ella. La sabiduría y el dinero son los dos valores que en todas las épocas han motivado el deseo humano. A la sabiduría la buscan los espíritus con tendencias metafísicas, mientras que al dinero lo persiguen los espíritus con intereses físicos y así como puede haber buenos perseguidores del dinero, puede haber malos aprendices de sabios. Para ser sabio, más que estudiar con profusión, se requiere saber ver (entre otras cuestiones) y por ello es que los sabios de la antigüedad aconsejaban que antes de vernos a nosotros mismos, era imprescindible ver al cielo, mirar sus cuerpos, observar sus planteas y contemplar su infinitud, pues el cuerpo humano es un reflejo de lo celeste y la comprensión de lo superior devendrá, invariablemente, en el conocimiento de uno mismo. La búsqueda de la sabiduría a través de la contemplación del cielo la explicó el astrólogo medieval del siglo XI, Maslama al-Mayriti, en su obra “Picatrix”:
«La sabiduría es la ciencia de las causas remotas que dan existencia a los seres y existencia a las causas próximas de las cosas causadas. La sabiduría es amplia y excelsa; buscarla es un deber y una distinción porque alumbra a la razón y al alma con la luz bella y eterna, y las desengaña del mundo caduco y finito. La sabiduría tiene tres cualidades: no crece ni disminuye; resplandece y no se apaga; es evidente para quien la mira y no se aleja. La sabiduría tiene tres características: que reprende, que disciplina y que no acepta a cualquiera que la desee. El cielo es un globo de forma perfectamente redonda y lo mismo todo cuanto hay en él en todas sus circunstancias y en sus demás momentos. La forma del cielo es la forma de su Causa. La forma perfecta es el círculo que está hecho de un solo trazo porque es la Causa primera. El humano es un microcosmos paralelo al macrocosmos porque su realidad es que es parte entera, dotado de alma racional, vegetativa y animal, único con las tres, pues los animales no tienen la racional.»
En su “Picatrix”, Maslama al-Mayriti se refiere a aquello que a grandes rasgos entendemos por Dios como el ‘Ser Único’ y debido a que es por la sabiduría del Ser Único que todo ha sido creado, la misma sabiduría no crece ni disminuye, pues ésta siempre ha estado. La sabiduría le corresponde sólo al Ser Único, pero debido a que nosotros poseemos el alma racional, vegetativa y animal podemos gozar de una parte de la misma. La conquista de la sabiduría exige que sepamos ver el cielo y esto es porque el cielo, al ser esférico contiene las puertas que conducen a la casa del Ser Único, cuya forma es la de un círculo con un punto en medio. Específicamente, dice Maslama al-Mayriti, las puertas del cielo que conducen a la sabiduría son los siete planetas antiguos, las estrellas fijas y las correspondencias zodiacales.
¿Si la sabiduría es el máximo bien al que podemos aspirar, porque son pocos los que la buscan? Porque, como señala Maslama al-Mayriti, la sabiduría reprende y disciplina, y son escasas las personas que, en esta sociedad caótica, están dispuestas a aceptar una reprensión y a disciplinarse, pues es mucho más fácil y placentero vivir en el error, en el desconcierto y en el consumo desmedido de venenos, aunque después las consecuencias sean dolorosas. La sabiduría alumbra a la razón y al alma, y se llega a ella aprendiendo a mirar al cielo, pero puesto que para muchos es cansado levantar la mirada, mantienen su atención aquí abajo, en lo caduco y finito.
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