El apócrifo principal respecto al sexenio es que se gobierna desde las mañaneras. Con eso se insinúa que la estrategia de comunicación gubernamental ha logrado sustituir o desplazar a las acciones concertadas de política pública y su articulación discursiva. A partir de ahí se imputan tantos elementos como el crítico en cuestión señale. Elegí la palabra apócrifo porque de tanto repetirse ha adquirido un aura de verdad sin tenerla. Las mañaneras son el medio más tenaz de comunicación del presidente en los términos que él elige. En paralelo y consonancia hay estrategias tanto generalizadas como focalizadas. Una de ellas es haber delegado a los moneros, que simpatizan con él desde la campaña de 2000 por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, la propaganda pseudo-ideológica.
Los asuntos de moneros no son menores en México. En la historia de la industria editorial y especialmente la de las publicaciones periódicas tienen de la mayor relevancia. De inicio se establece que cuando los medios impresos comienzan a circular aun antes de formarse como periódicos, estos atacan a la voz autoritaria de la iglesia católica ya sin la corona española. Los ensayos y errores, las batallas por la libertad de imprenta y las disputas por los lugares en la industria editorial desde el empresariado hasta los trabajadores manuales son de fricción constante. Desde confiscaciones, hasta persecución judicial, cuando no el asesinato, nos recuerdan lo poco que hay nuevo bajo el sol. Y en ella destacan los artistas de la caricatura política. Sabemos, que la inmensa mayoría de los mexicanos pasó de un analfabetismo generalizado al funcional en una lenta pero inexorable forma específica de literacidad. Esa literacidad incluiría a la caricatura política con una dimensión estética. Es bien sabido que los volantes y pegotes, proclamas y pasquines circulaban ampliamente en las ciudades y las personas que sabían leer lo hacían para otras. Desde las piqueras en arrabales hasta los palacios del centro toda sede de poderes se repetía la escena. Un letrado leía en voz alta ante una audiencia en derredor suyo lo que era la noticia o calumnia del momento. Estas iban desde la publicación de nuevas traducciones de novelas que causasen furor en Europa hasta las calamidades más ridículas del barrio. Todas ellas compartían también ir ilustradas por varios artistas plásticos. Desde “sensacionalistas” escenas hasta burlonas caricaturas, dependiendo del tipo de texto que fuese, pero en la misma metrópoli se sabía que las ediciones mexicanas (y de otras excolonias) llevarían material gráfico con lujo de abundancia (siendo la última Editorial Ayacucho de Venezuela hasta antes de los “caracazos”). Leer no es sólo saber hacerlo sino el cúmulo ordenado de lo que se ha leído reconociendo las convenciones e innovaciones de géneros literarios. De hecho, en inglés británico se dice que los estudiantes del equivalente a nuestra licenciatura van a “leer” en tal o cual materia, antes que a “estudiar” como nosotros ingenuamente nos referimos a los matriculados.
De suyo, las publicaciones periódicas que aspiran a contar con el favor de la mayoría incluyen caricaturistas bien pagados en su página editorial. No es menester abundar en la relevancia que han tenido para definir épocas del periodismo y realidad política del México independiente con sus vaivenes, así como el revolucionario y los que buscan sustituirlo/restaurarlo. Desde Posada hasta Naranjo se define el periodo pre y pos-revolucionario, pero ciertamente todo el XIX se ensayó en la caricatura los límites a la libertad de imprenta (conocida después como “de expresión” en consonancia con la primera enmienda estadounidense). En todo caso, la historia política del país se puede documentar con material de hemeroteca vía ese género que ni es apéndice ni es menor al periodismo como arena de combate. Ergo, no debe extrañar a nadie que el presidente López Obrador tenga entre sus colaboradores más leales y aguerridos a un selecto grupo de moneros que coordinan sus trabajos en medios impresos y con las herramientas digitales que les proporciona el nuevo siglo. Destaca sí, que pasaron de una posición de feroz crítica a los gobiernos del “régimen neoliberal” (una versión minimalista contaría desde Salinas de Gortari en 1988 hasta Peña Nieto en el 2018 pero una estricta arrancaría con la segunda mitad del sexenio de JoLoPo y dudosamente concedería ha terminado fuera de la retórica) a la ingrata posición de defender al actual. En aras de lograrlo cuentan con generosos presupuestos e inciden en la política de comunicación a través de la publicación de panfletos. La identificación plena de ese grupo con el candidato AMLO se dio desde la campaña por la presidencia en 2006 cuando incluso se usó como eje de esta el “sonríe vamos a ganar” al píe de su caricatura. Con el tiempo se consolidó, pero esa no es la novedad. Sí, que la oposición lo aceptó y respondió en especie, abriendo varios frentes, además de los tradicionales bastiones de la reacción, en el mismo espacio mediático. Es pues ahí donde se da la confrontación que no puede caracterizarse como ideológica.
No puede porque tanto la coalición gobernante como la amorfa oposición tendrían que contar en primer término con ideologías reconocibles. En ninguno de los dos casos se da, mucho menos en los tránsfugas que aspiran a otra “tercera vía”. Lo que hay son residuos o fragmentos ideológicos, pero su articulación se deja en el aire para que caigan por gravedad sin cuadrar nada. Se repite es un gobierno de izquierda sin precisar si es el sentido leninista de “enfermedad infantil” o emulando las agendas “woke” del multiculturalismo neoliberal del Atlántico Norte. Igualmente se tacha al amasiato de PRIAN-PRD de contrahechura “facha” sin reparar en que la improbabilidad de esa alianza se sostiene por el deseo que da tener una mojiganga a la cual quemar. En ambos polos hay gente de izquierdas y de derechas, algunos con militancias socialistas y otros de democracia cristiana, sindicalistas y sinarquistas, exguerrilleros y del Yunque. En ambos abunda el prefijo ex no sólo para los priístas, también ex rockeros y examigos o hasta excónyuges. Lamentablemente, demasiados mantienen su afectación por esa peste llamada “trova” (cubana, neomexicana, “folcloprotestosa” o “romántica”). No es pues accidental que a través de los moneros se dé la lucha más encarnizada. Es burla antes que confrontación ideológica. Por las convenciones artísticas no pueden comunicar ideas complejas, razonamientos silogísticos u adherirse a concordantes postulados teórico-políticas (aunque las tengan y los animen). Lo suyo es “descolocar” al oponente mientras se divierte al simpatizante. Duros secos, entre ceja y oreja van los descontones, como que deben ser ocurrentes y agudos. De una posición crítica desde los albores del XIX a una celebratoria o como siempre ya gustan decir “comprometida” pero les ha correspondido institucionalizar la “caricaturización” de la política. Antes podíamos separarla de la Realpolitik, hoy son una y la misma cosa. Esta semana fue el accidente de la línea 3 del Metro antes la “ministra pirata”, pero es ya un disco rayado. Tristemente, los incondicionales ya se agotaron, comenzado así la capitulación. Viene la pelea extra o para-legal antes del verdadero desmadre.