La integración de México a los Estados Unidos es irreversible desde la derrota inscrita en el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Seguirían el abortado de McLane-Ocampo y en ese espíritu se llegaría hasta el NAFTA (y su versión 2.0). Empero, no es en los adversos tratados sino en formas específicas de transculturación como podemos medir los grados de asimilación entre poblaciones. Uno muy claro en la segunda parte del siglo veinte es el emparrillado que celebrará este finde su “Super Bowl Sunday”. Con sus altas y bajas, pero de ser una extravagancia entre universitarios ganó segmentos no determinados por los estudios. Otro, y sobre el que quiero extenderme, son las “drug scares” a traducir como “pánicos por drogas” y que no son simples “sustos” porque algunos individuos o grupos se metan lo que encuentren. Lejos de eso, las “drug scares” son un elemento fundamental de control social de la sociedad estadounidense durante el siglo XX.
Herencia de pánicos raciales, reinscriben formas específicas de paranoia bajo la amenaza del consumo de drogas. Las ha habido de mariguana, cocaína, heroína, crack y por supuesto la hay ahora de fentanilo. En todas, la pequeña comunidad reconocible de personas de bien se ve amenazada por el consumo de substancias inertes introducidas por extranjeros perniciosos con el fin de destruir a su “juventud entusiasta y febril”. En contraste con la inocencia afeminada de los adolescentes está la degeneración de los “otros” maleantes que pueden ser extranjeros o simplemente antagonistas racializados. Los calibres mismos de las pistolas de la policía se han ido actualizando bajo el apócrifo que una droga transforma a mexicanos, chinos o afroamericanos, en bestias criminales imparables. Así se uniformó el .38Special tras la primera guerra mundial hasta llegar a la 9mm. Lógicamente, en los Estados Unidos hay una crítica contumaz al uso de los “drug scares” para desvirtuar movimientos políticos. Las fabulaciones más extravagantes sobre la mariguana responden a la pugna por derechos de los trabajadores mexicanos en los campos bajo banderas anarquistas. Por ocurrir a inicios del XX y pertenecer ya a la alacena de los artículos de placer burgueses nos parecen lejana. No así la que hizo eco de la segregación entre crack y cocaína y que claramente es una de las grades intervenciones de la Teoría (jurídica) Racial Crítica (CTR por sus siglas en inglés). Las condenas por la posesión de una u otra son contrastantemente atroces—por quiénes las usan—y siguen resistiéndose a las reformas legales. Ello tras haber destrozados a las comunidades negras definidas por el movimiento de los derechos civiles. En todo caso, los pánicos por drogas son una constante bien establecida en la sociedad estadounidense. Van de la alarma histérica a la persecución y condena además de la guerra cultural, tornada en política deshumanizante.
En México, ha sido imposible no seguir a regañadientes el liderazgo estadounidense en las convenciones internacionales prohibicionistas contra las drogas, así como el tener que poner los muertos en la más reciente escalada. El encuadre va desde la administración Nixon con Operation Intercept en 1969, pasando los efectos del Irán/Contras ochenteros en el cambio de rutas de carga, hasta la presente “guerra” incivil en que se ha condenado a amplios sectores de mexicanos a ser carne de cañón y/o de presidio. Con todo eso, los pánicos de drogas en México eran si no desconocidos sí muy leves. No tanto porque escaseasen los ataques y propaganda de las iglesias, los gobiernos y las empresas, sí porque la sociedad no las había naturalizado. Ello cambió las últimas dos o tres semanas con el “Reto Clonazepam” entre púberes de primarias y secundarias. Al parecer, el reto se esparció por la red social TikTok y consiste en que un grupo de amigos de ambos sexos y misma edad tomen una pastilla de clonazepam cada uno. Quién sea el último en caer pierde. Lógicamente se graban entre ellos y posteriormente editarán en el formato adecuado para esa red social los videos mostrando cómo se desvanecen o jetean mientras queda un “the last man/ma’am standing” (“último onvre/sorora de píe”). Lejos de ponderar qué es lo que el reto puede querer decir de cara a la experimentación juvenil y el contexto en que ocurre, ha abierto las puertas para que personajes impresentables pontifiquen sobre su significado. Políticas corruptas, líderes de congregaciones, presentadores de noticias y en sí un coro de buenitos brama una vez más el “acabose”. Por supuesto que en sus versiones reduccionistas y precocidas la responsabilidad es de los chinos y su red social. Quieren acabar con la juventud de México. En un país con la infame historia de sinofobia esto debería ser tomado con el mayor cuidado, pero no lo es. Al igual que con el imaginario “cártel de la totoaba”, otra vez, desde el imperio celestial se cuece nuestra ruina (y la de la vaquita marina). No falta tampoco la monserga de fundamentalistas que machacan con la “desintegración familiar” y “pérdida de valores”. Como tampoco que las oportunistas ONGs (u OSC) de vagabundos conectados logren plata para intervenir en lo que serán campañas tan inútiles como ridículas.
No es mi interés disputar los efectos que puede tener el abuso del clonazepam u otros fármacos que circulan por mercados informales. Sí que no son los adolescentes ni los chinos quiénes los han iniciado. Conseguir Rivotril como muchas otras drogas entre adultos es de lo más común, como también que son auto recetadas y compartidas por amigos, compañeros de trabajo y médicos subempleados. No estoy cierto de cuánto tiempo llevan así el Xanax, Zoloft, Prozac, Tafil, Pristiq y demás, pero lo suficiente para ser materia de chistes y apodos durante todo el presente siglo. Por principio de cuentas, los chamacos no están cayendo en las garras de chinos comunistas o fayuqueros, apenas emulan lo que hacen sus padres y abuelos. Muy seguramente, de la misma manera que se roban alcohol de casa en sus cantimploras (“flasks” de marcas de moda), así con las pastas. Indudablemente la pandemia dio un “pase libre” (free pass) o salvoconducto a demasiados adultos para el uso sin supervisión de tales chochos y es entendible que la muchchada se lo apropie recreativamente. En sí, no hay nada que indique que el reto haya sido obra de extranjeros malévolos ni estén reclutando a los atascados que lo hacen para trata ni pornografía. Tampoco hay evidencia que sea radicalmente distinto a la ingesta de Four Loko, aguas locas o Tonayan. De hecho, la desinhibición sexual está ausente. Mucho menos puede suponerse que los números de los participantes en el reto sean similares a los de los ejércitos de menores callejeros con sus monas de guayaba o criko. Son estudiantes aburridos y desmadrosos probando sus límites mientras desafían a la autoridad. Lo único cierto del pánico por el Clonazepam es la respuesta histérica y que toda suerte de gandallas lo aproveche para llevar agua a su molino. Lo que procede de los Estados Unidos no es ni bueno ni malo, es caro o barato. Lo malo llega gratis y sin complicaciones. Lo bueno y excelso requiere muchísimo dinero y esfuerzo para poder apropiárselo. Haciendo eco de un viejo profesor gringo lamento que ya los mexicanos nos “convertimos” en viles pochos.