Tras el veredicto unánime de culpabilidad respecto a los cinco cargos por los que se persiguió a Genaro García Luna, en la corte del distrito este de Nueva York en Brooklyn, se movió el escenario político electoral. No es menor que una corte de ley en el país, contra el que siempre nos medimos en desventaja histórica-estructural, juzgue con mayor confiabilidad a indiciados mexicanos. Tampoco que se incluya en ellos por igual a criminales duros como a “agentes del orden” mejor conocidos como “tiras”, “pasmas”, “chotas”, “bascas”, “puercos”, “placas”, o simplemente “polis”. Genaro García Luna no era un agente común pues ascendió todos los rangos desde los servicios de inteligencia civil hasta ser considerado el “zar” mexicano en la “guerra contra las drogas”. Su notoriedad corresponde a la de los gobiernos panistas de Vicente Fox y sobre todo de Felipe Calderón en franco entendimiento con los de George W. Bush y el primer periodo de Barak Obama. No es ni un criminal común, como tampoco un guardia gamberro en un pueblucho de la frontera o burdel costero. Desde la Ciudad de México y evaluado por la embajada estadounidense triangulaba recursos de inteligencia civil, militar y judicial de ambos países. La condena al personaje y al hombre, lo es también a las instituciones de ambos países en sus tejes y manejes, por más que se mienta sea otra “manzana podrida” del “backyard”.
Por ello es inevitable que el presidente López Obrador lo use para tratar de voltearle la tortilla a la oposición en su pugna contra la implementación del plan B en materia electoral. Incapaz de avanzar una reforma constitucional, busca lisiar la capacidad del Instituto Nacional Electoral vía leyes secundarias que pasaron por mayoría simple en el Congreso y serán impugnadas en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ambos bandos han movilizado a sus establos de bots en el drenaje de la red social Twitter, como peleando por llenar el espacio público. En ello no hay medias tintas ni posibilidad de una lectura razonada. La intención del gobierno federal es ya con un INE baldado, manco, tuerto, chimuelo, y medio sordo, dejarlo impotente ante los abusos que ciertamente comete ya la coalición gobernante de cara a las elecciones de este y el próximo año. Conservará intacto sólo el olfato, pero por más que confirme hiede, no podrá hacer nada al respecto. Igualmente infame es reducir a la oposición en defensa de intereses corruptos, prácticas de saqueó y, la madre de todos los apócrifos, a cómplices de fraudes electorales. Así, y sin tener que recurrir a citas bien documentadas de teoría psicoanalítica, podemos concluir estaremos sujetos al goce de una relación perversa.
No hay injuria o calumnia que sea suficientemente innoble para demeritar lo que haga el otro bando. La primera escaramuza será respecto a la marcha convocada para el domingo veintiséis de febrero en cerca de una centena de localidades mexicanas y en el extranjero, pero con epicentro en la Ciudad de México. A ella convocan los partidos de oposición disfrazados de sociedad civil y dicen es en defensa del voto, la democracia y las libertades políticas. Tarde y muy adulterada, en franco huachicoleo retro, pretenden se trata de nuestra “revolución de terciopelo”. No es por ello nada difícil que, desde el aparato federal, Ciudad de México, y los gobiernos estatales que regentean, se tergiverse como una marcha en defensa de García Luna y sus criminales conexiones con políticos y empresarios mexicanos, así como intereses extranjeros. Siguiendo al aberrante y abyecto caso nicaragüense, serán los apátridas y entreguistas, los extranjerizantes señoritingos y las malinches, quiénes se presten a como idiotas útiles. Aun con escepticismo y en guardia contra el cinismo es difícil aceptar sin reservas a ninguna de las dos partes. La marcha es repudio y rechazo al plan B y así se debe expresar, como el NO a Pinochet en 1988. Es contra una iniciativa gandalla que asegura no sólo el arrase de la coalición oficialista sino también imposibilidad elecciones competitivas y corroborables. Falta a la verdad al decir que son actos de consciencia ciudadana pues la misma corresponde directamente a la sociedad política en la oposición y busca sí, regresar a un sistema de partidos en que las coordenadas relativas, así sean insuficientes, de derecha, centro, e izquierda sean reconocibles. Miente con comparable enjundia la legión de bots y zombis que tratan de deslegitimarla, pero el nombre del juego es “a todo chingar”.
Más allá de lo anecdótico, lo que este fin de semana ocurra preparará el terreno para alrededor de dieciocho meses cultivando “cardo y ortigo”. Quizás nunca intercambiamos rosas en la política por ser terreno para cizaña, parásitos y redrojos. La pregunta es si aprendimos algo tanto en la prolongada transición a la alternancia pacífica del poder, como en la atroz dictablanda del partido de Estado que no dudaba en “robar, violar, extorsionar, y hasta…matar…” Juntar a José Martí con el Tri de Lora es obsceno, pero son el exceso y la desmesura lo que se presagia con el mayor entusiasmo por ambas partes. Sin espacio para una tercera vía, falsaria y que se tiñe de naranja como en otra malhadada revolución de la Ucrania hace casi veinte años, hemos de reflexionar, ponderar y dialogar en círculos que se expandan como una tarea compartida. No en tanto votantes “swingers” (que en teoría es “swing” pero le queda mejor la promiscuidad), sí como conciudadanos y residentes que tendremos que vivir en vecindad. Además de evitar ponernos la basura a la entrada de la vivienda del otro, nos debemos como mínimo no tergiversar más nuestra lengua común.