Cuántas veces hemos escuchado que por ser mujeres las cosas no salen bien, que no sabemos conducir, que no podemos dirigir una empresa, que no podemos resolver problemas en la vida cotidiana, que nosotras somo las que debemos cuidar a los hijos, que debemos quedarnos en casa, que debemos estar siempre atentas para cubrir las necesidades de hermanos y esposo. “Las viejas deben quedarse en casa”…temas y frases fuertes, agresivas y muy irrespetuosas.
Muchas creencias acerca del género femenino. Y pocas veces sustentadas en una verdad, en la estructura biológica, en las reales necesidades de la familia o de la sociedad.
Si bien hay diferencias biológicas entre los sexos o en la manera en que funciona nuestro cerebro, nada de eso hace menos ni a mujeres ni a hombres.
Siempre dependerá de la seguridad propia, de la autoestima, de las circunstancias que nos toque vivir, del contexto histórico y cultural en que nos desarrollamos, para que un ser humano pueda o no tener éxito en lo que haga.
Se asumen las creencias como leyes universales, inamovibles y únicas, cuando en realidad son muchos factores los que influyen para que las cosas sucedan.
Sin embargo, aun cuando hay muchos avances, propuestas y cambios de vida y creencias, todavía nos encontramos en un mundo donde por muchas razones las mujeres estamos en desventaja.
Cierto es que los obstáculos nos los ponemos nosotros mismos, pues de tanto tiempo y frecuencia escuchando frases limitadoras, terminamos por creer y asegurar que son verdad, y continuamos así enseñándoselas a nuestros hijos, y peor aún, seguimos persiguiendo, juzgando, acusando y lastimando a otras mujeres también.
Las relaciones humanas en sí mismas son complicadas, entran en juego factores que hacen difícil la comunicación, hay historias de vida que se repiten generación tras generación, de abuso, de maltrato físico y psicológico que generan heridas profundas y difíciles de sanar, y con esto llegan comportamientos erráticos, envidias, celos extremos, agresiones de diversa índole y otras conductas que solo mantienen esta perversa dinámica que complica la interacción entre personas.
Parece que nunca parará, y a veces nos rendimos, aceptando cualquier tipo de creencia agresiva hacia el género femenino, como si así debiera ser.
Sin embargo, ¿qué pasa si continuamos con una postura pasiva, desviando la mirada cuando estas situaciones injustas y absurdas se presentan ante nosotros? ¿qué pasa si no actuamos?
Muchas consecuencias indeseadas suceden, pues la vida debe tomar su camino y dar salida a situaciones dolorosas y reprimidas que disfrazadas de síntomas físicos y mentales encuentran un disfuncional alivio.
No es un secreto que la mujer es un ser muy poderoso, las mujeres damos vida, estamos mucho más cercanas a los hijos, por lo que tenemos una gran influencia en su educación, aun cuando hoy en día hay muchos padres que se comprometen con su cuidado y su crianza.
Tomando en cuenta las diferencias en las personalidades de cada individuo, las mujeres tenemos formas más sutiles para resolver un problema, hay una mayor capacidad de tolerancia al dolor, y debido a la gran cantidad de actividades que llevamos a cabo, podemos generar más y más redes neuronales que nos permiten aplicar soluciones rápidas y efectivas a las dificultades que se presentan día a día.
Pero no estamos exentas de sufrir, y de presentar problemas de salud mental que impiden un adecuado crecimiento y desarrollo personal.
Aun cuando los varones también presentan trastornos como la depresión y la ansiedad, entre muchos otros, las mujeres estamos un poco más expuestas a padecerlos, debido a un mayor número de factores que nos abruman y vulneran.
Aspectos como, una doble jornada de trabajo al mantener y cuidar de la familia y la casa, y trabajar fuera de ella, triplica el esfuerzo; las limitantes laborales cuando por embarazo o por el solo hecho de ser mujeres se nos impide crecer, obtener reconocimiento o acceder a un mayor ingreso o puesto; el tener que estar y comportarnos de determinada manera para ser aceptadas por un hombre, provoca que nos esforcemos aun más para tener una imagen impecable y ser merecedoras de cariño, o por el contrario, escondernos para evitar ser una tentación; la presión social por ser madres, aun cuando muchas mujeres no desean tener hijos; la vulnerabilidad por ser blanco fácil para el acoso y abuso sexual, entre otros tantos temas que nos lastiman por ser mujeres.
Todo esto, sumado a historias de vida difíciles y dolorosas, facilitan que, de alguna manera, se gesten y presenten algunos trastornos mentales.
Y aunque todo esto, probablemente nos coloque en una posición de fragilidad e indefensión, no es el objetivo tomar una postura de víctimas, para que alguien más llegue a nuestro rescate. Pues siempre existen maneras de sanar heridas y mejorar como seres humanos.
El punto es que aun tenemos un largo camino por recorrer. Porque no es solo tener derecho al voto, a algunos beneficios laborales, o que podamos estudiar, logros por demás importantes y trascendentales para la historia humana. Nos hace falta ese poquito en la crianza de las nuevas generaciones, donde enseñar el trabajo en equipo, el fortalecimiento de capacidades, el respeto a uno mismo y a los demás, son indispensables para lograr la armonía que tanto anhelamos.
Aprender y enseñar a sanar las heridas que inevitablemente se generan en nuestra infancia, es una buena manera de comenzar.
Creer firmemente que es posible el cambio, que dependerá de usar bien nuestro poder como madres, hermanas, abuelas, compañeras, amigas, acrecentando nuestra conciencia de dignidad y mejorando la formación de nuestros hijos, será la clave para mejorar la calidad de vida de todos.
Vale la pena seguir trabajando en ello…
Y RECUERDEN, TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL, Y SI LAS COSAS NO ESTÁN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.