Siguiendo el guion de la serie de exitosas películas con ese título, transcurre o, mejor dicho, escurre, la política de seguridad fronteriza entre las amenazas estadounidenses y mexicanas. La primera (2015) fue dirigida por el quebeco Denis Villeneuve y su secuela (2018) por el italiano Stefano Sollima. En ambas aparecen los actores Benicio del Toro y Josh Brolin alternando el papel del sicario. Si bien la primera entrega fue una mordaz e inteligente crítica a la futilidad y costos de la mal llamada “guerra contra las drogas”, logrando nominaciones y premios en todos los festivales legítimos, la segunda explotó su potencial para hacerla franquicia en tantas entregas como el público acepte bazofia. La trama es muy simple; organizaciones criminales asentadas en México que son apócrifamente llamadas “cárteles” contrabandean droga y personas a los Estados Unidos desplegando capacidades de fuego, violencia y terror que superan a las policías locales. Se asume las mexicanas estarán corrompidas y pueden ser parte de las organizaciones, como que en menor escala también ocurre en las ciudades fronterizas estadounidenses y, por ende, son las fuerzas federales las que deben intervenir. No sólo en el plano de inteligencia y estrategia sino movilizando fuerzas que no pueden legalmente operar en territorio estadounidense como la CIA y equipos especiales de sus fuerzas armadas. Todo en acuerdos legales con las autoridades mexicanas. Uno aprende en la trama que nada de eso es suficiente y se requiere también de asesinos a sueldo y por convicción que en leguas romances se llaman sicarios.
En latín “sica” es una daga a la que se llegó acortando una espada para que se pudiese esconder cómodamente entre los pliegues de la túnica. No es una daga de combate, es la que da la certeza de ser mortal en el íntimo contacto con aquella persona a quién se va a asesinar. De sica, sicarius para el especialista y así nos fue legado por igual en italiano y castellano: sicario. Usualmente un excombatiente de cualquier cuerpo marcial, algún esgrimista deshonrado, o bien un especialista moderno, el sicario es ese asesino versado en artes de contacto con el pulso, habilidad y entereza para lograr su encargo, pudiendo desarrollar también amor por el trabajo bien hecho. Los personajes de Del Toro como Alejandro Gillick y Josh Brolin como Matt Graver ejemplifican al sicario moderno. Hábil, sobrio, móvil, desarraigado y desterrado, a fin de poder dirigirlos a dónde y contra quiénes sea necesario. La trama sorprende en la primera entrega pues uno supone los sicarios serían las hordas canallas de desarraparados, lumpen, desechables y carne de presidio que conforman las pandillas de las organizaciones criminales para verlos caer como moscas. No son esos desgraciados sino personas altamente motivadas, inteligentes y con control de sus pasiones quiénes revelan ser virtuosos emisarios de la muerte sin excesos. Un ex procurador de Chihuahua (torciendo las leyes de ciudadanía como licencia creativa) es el rostro latinoamericano—Medellín—de la venganza. Ya en la segunda entrega con el subtítulo “el día del soldado”, corresponde a los norteamericanos mostrar cómo dependen de sus sicarios para manejar el imperio. Las drogas y personas son lo de menos, se trata del orden global y en él la frontera entre México y los Estados Unidos crece en inestabilidad.
Más allá de los méritos artísticos de ambas, al parecer estamos por ver la tercera entrega en los noticieros antes que en las salas de cine o vía streaming. El juicio mediático a García Luna pudo haberlo llevado a todos los hogares en cualquier servicio noticioso, pero las tensiones han estado creciendo y amenazan desbordarse. La relación moderna respecto al “narco” tiene como referente los conflictos entre autoridades de ambos países por la ejecución del agente de la DEA (nacido en México) Enrique Camarena Salazar. Kiki como sería su nombre pocho (pues Kike o Quique son inaceptables por sonar a peyorativos antisemitas en inglés americano) es el responsable de dar a conocer el rancho El Búfalo de la organización criminal a la que perteneció Rafael Caro Quintero. Supuestamente en una venganza irracional por primitivos y salvajes criminales rancheros es secuestrado y torturado hasta la muerte. Su pasión, no sólo en la muerte sino su conversión de mexicano a renegado y pocho, ha sido materia de abuso para todo el género del narco, tanto en la ficción como en pseudo investigaciones periodísticas. Los gobiernos de Miguel de la Madrid y Ronald Reagan pelearon diplomáticamente y con fuerzas irregulares incursionando ilegalmente en México. Es hasta las administraciones de Carlos Salinas y George H. W. Bush que se reestablecen los canales para el control de esa agenda y desde entonces hay un vaivén cómodo para los estadounidenses. Ellos fijan la política, México pone los muertos y costos. Los estadounidenses apoyarían presupuestal y tácticamente, entrenando cuerpo tras cuerpo de elite policial y de fuerzas armadas mexicanas, mientras se libraría en suelo mexicano lo que en Estados Unidos más de un sesudo académico ha nombrado como otra “Indian War” (guerra india), en su oprobiosa historia genocida. Ciertamente con la alternancia en el poder y resquebrajamiento de la imperfecta pirámide del partido de Estado (desde 2000) se producen vacíos que son llenados por organizaciones criminales en contubernio con policías y políticos mexicanos de todo cuño y escala. El más entusiasta participante de los presidentes mexicanos para esta guerra india de exterminio fue sin duda Felipe Calderón Hinojosa, mientras que el más liberal y desentendido ha sido el actual, Andrés Manuel López Obrador. Del lado estadounidense, ninguno ha mostrado el celo de Richard Nixon o Zachary Taylor, pero todos esperan rangos tolerables de violencia en su traspatio. No hacerlo les hace vulnerables ante la opinión pública y votantes. Ninguno puede ser visto como “suave” con el crimen mexicano y aunque Donald Trump nos regaló un vocabulario digno de película serie B (bad hombres, shithole countries, etc), logró un mejor acuerdo con la actual administración mexicana. En la dicharachera prosa del presidente: “¡ese trato no lo tenía ni Obama!”
A cambio de manejar los flujos migratorios de centroamericanos, caribeños y extracontinentales, México podría organizar su política interna como le viniese en gana. Eso suponía también las negociaciones con las organizaciones criminales. Sin embargo, el acuerdo no ha sido renovado con el esmero o cuidado por la administración Biden. Si Trump tuvo la ocurrencia de proponer lanzar misiles contra laboratorios de fentanilo en Sinaloa, tanto en el congreso como en ramas del ejecutivo, además de la opinión pública, se están avanzando propuestas que permitan el uso legal de sicarios en México. Tan estridentes como el que más y sujetos a política partidista a ambos lados de la frontera, pero no queda duda que el subtítulo de la tercera entrega sería “el día del político”. No sabemos si como el personaje a ser secuestrado, torturado, o solamente juzgado, o bien, en un audaz golpe de timón como “la sicaria” (“la hora de la política”). Son tiempos de “diversidad, equidad, e inclusión” por lo que no dudo haya suficientes mujeres capaces para ello en ambos países, tanto en sus fuerzas armadas como civiles. Es posible Emily Blunt regrese por el personaje (Kate Macer), pero me inclinaría más por una afrodescendiente (inventándole un pasado mascogo de la frontera Coahuila-Texas a Lupita Nyong’o). No hay escasez de suspirantes en The Squad ni en la Casa Blanca para sustituir a Sleepy Joe. La cuestión es cómo se juegan las amenazas de intervención contra abrir las puertas a una migración masiva desde el Suchiate sin controles. Sea como sea, debe estrenarse este año, pues para el próximo tendremos dos “patos baldados” y corresponderá a las mujeres que se sienten en las cabeceras sonreír y poner buena cara ante las masacres.