La vida en la ciudad es trivial. Las ciudades otorgan comodidades como la electricidad, el agua entubada y la venta de un sinfín de insumos y productos, nadie lo niega, pero esas “ventajas” no le quitan lo trivial. Las ciudades son vertiginosas, todo ocurre siempre de manera rápida, las personas tienen apuro de tiempo, se agolpan, corren juntas, pero nadie sabe realmente a qué se debe su prisa, su estrés, su ansiedad, sencillamente esta es la enfermiza dinámica citadina que todos dan por normal, por natural, cuando no es así. La ciudad siempre tiene hambre, sus fronteras no son estáticas, sino que se amplían más y más devorando todos los recursos naturales a su paso. La ciudad crece y con ella también lo hace la prisa, el vértigo, la ansiedad y la insatisfacción. A pesar de ello, se tiene la idea de que no hay mejor vida que la que una gran ciudad nos otorga, y si bien nadie niega las comodidades que podrían ahí hallarse, el costo por adquirirlas es muy alto, no sólo en términos económicos, sino también espirituales, emocionales y mentales. La ciudad todo lo devora, su función es la de permitir una vida plena en su interior, sin embargo, pocos de los que habitan en ella podrían garantizar que realmente viven.
La vida en la ciudad es trivial, pues casi todo en ella es accesorio, vano, pero principalmente, feo. La palabra “trivial” viene del latín trivium, que significa “tres caminos” o “encrucijada”. Las encrucijadas son los espacios en los que diferentes caminos se cruzan y tanto en la antigüedad como en nuestra época el distintivo de las encrucijadas es que a pie de carretera nunca faltan los sitios para comer, los lugares para beber y las camas para fornicar. Las encrucijadas son ideales para los lugares de paso, los cuales se distinguen por servir de refugio a quienes desean cometer una que otra vileza. La palabra “trivial” hoy en día ya no la relacionamos tanto con esos lugares de paso levantados en las encrucijadas, sin embargo, lo que sí mantenemos de esa palabra es la vileza a la que alude, la cual forma parte de toda ciudad.
La ciudad es un ente vivo cuya naturaleza es hostil. La ciudad es violenta y siempre nos exige que la alimentemos con más violencia, por ello en sus calles las personas se empujan, se gritan, ensucian los espacios, se pelean, incluso se matan. A la ciudad se le concibe como una evidencia del progreso, palabra que significa “ir hacia adelante”, pero ¿de qué sirve el progreso de la tecnología cuando el de la moral se ha quedado estancado? Si las personas aprecian la vida de las ciudades es sólo porque éstas les permiten cometer las mismas vilezas que las antiguas encrucijadas. La ciudad otorga comodidades, cierto, ¿pero a qué costo? Inconscientemente la violencia de la ciudad pasa a formar parte de nosotros mismos y por ello es que cada día somos testigos de una degradación social que se agudiza a mayor velocidad. ¿Es posible revertirlo? Parece que no, pues a las personas no les interesa educarse como tampoco cuestionar sus deseos, sus gustos, sus rencillas. La ciudad otorga comodidades a cambio de que nos convirtamos en consumidores pasivos, en individuos que sólo saben vivir hacia afuera de sí mismos y que están más preocupados por parecer que por ser.
Se le llama ciudadano al individuo enajenado que ha perdido todo contacto con la naturaleza y que, además, carece de sensibilidad, de ideas y de curiosidad. El ciudadano es un autómata al servicio de las instituciones y satisfecho con su esclavitud, por ello, cuando alguien osa romper con los convencionalismos, se le condena. El lingüista Alejandro Bekes, al abordar el tema de la desensibilización social, en su obra Lo intraducible, dice lo siguiente:
«Hay dos modos de investigación: uno es el del que pide consejo, practica encuestas, fotografía a magnates y delincuentes, desafía los peligros de la corrupción; y otro es el que busca, como un árbol, su fuerza más abajo que arriba. Este modo es el del simbolismo, en el que los enigmas se resuelven de manera privada. La progresiva trivialización de la vida y el lenguaje, propia de las grandes ciudades modernas, hizo que los artistas se refugiaran en su propio mundo. Pero el hombre de las multitudes no quiere saber qué dicen los artistas. ¿Qué significa en la actualidad una élite, qué significa un fenómeno popular? ¿Qué quiere decir, realmente, ser popular, en un planeta gobernado vía satélite? ¿Quién, en estos tiempos, puede asegurar que elige, que su gusto lo ha formado él o que sus pensamientos son libres? ¿Quién puede hacer cuentas y presentar un balance verosímil de su estado espiritual, en medio de esta furiosa maraña de discursos que “todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira”? Hallar en algún recodo de nuestro ser un resquicio de palabra propia debe ser nuestro empeño.»
La ciudad es el ente que ha llevado al mundo a la miseria en que se halla, pero tampoco es viable, ni es la solución, abandonar las ciudades. La ironía del individuo contemporáneo es que no puede abandonar la ciudad, pues siempre la lleva consigo mismo. Todo lo que tocamos, muere en el acto y esto es porque estamos más ocupados viviendo hacia afuera que hacia adentro. Bekes lo señala, de los dos modos de ser, es el interno, el simbólico, el único que puede restituir nuestra dignidad. Suponemos que somos libres porque en la ciudad nos movemos hacia donde queremos, porque consumimos lo que elegimos, porque adoptamos una ideología de las muchas que hay, pero ¿hasta qué punto nuestro comportamiento es realmente consciente?, ¿acaso no parece que más bien actuamos siguiendo un condicionamiento inconsciente? Pensamos, pero la realidad es que nuestros pensamientos no son nuestros; sentimos, pero en verdad esos sentimientos tampoco son nuestros; y así con todos nuestros anhelos y miedos, ninguno nos corresponde, sino que nos fueron implantados sin que nos diéramos cuenta debido a que estábamos muy ocupados satisfaciéndonos en asuntos triviales. ¿Es tarde para mejorar nuestra situación? No, pero la salvación no es colectiva, sino personal, por lo que quien desee genuinamente liberarse de la trivialidad deberá buscar, simbólicamente más abajo que arriba.
elmundoiluminado.com