Es un hecho innegable que la mayoría de las guerras que a lo largo de la historia de la humanidad han ocurrido, se han realizado en nombre de la divinidad, lo que sea que este concepto signifique para cada quien. Es decir, las guerras, aquellos episodios en los que la humanidad ha mostrado su peor rostro, se han hecho en nombre de una entidad invisible, intangible, inaudible, imperceptible para decirlo de una vez y, posiblemente, inexistente. Incluso las guerras que se realizan desde un supuesto político, tienen a la religión de trasfondo. Cristianos, musulmanes y judíos han sido los protagonistas de la mayoría de los conflictos, sin embargo, a la lista podrían sumarse todos aquellos que de manera imprecisa y general se catalogan como paganos, naturales o bárbaros, entre los que están los mesopotámicos, los egipcios, los griegos, los romanos, los vikingos, los pueblos precolombinos y muchos más.
En todo conflicto bélico, cada una de las partes involucradas siempre se autoproclama como representante de la justicia, de la verdad y como elegida por la divinidad. Los de la izquierda dicen que su divinidad es la verdadera, pero los de la derecha dicen que es su divinidad, y no la de los demás, la única; pasará lo mismo con los de arriba, con los de abajo y con todos los demás participantes, cada uno tendrá la certeza de ser el pueblo elegido, pero lo cierto es que todos combaten por una causa invisible, imperceptible y, posiblemente, inexistente.
El cristianismo, en sus diferentes manifestaciones, es la creencia religiosa con más creyentes en el mundo. Los cristianos (al igual que los musulmanes, judíos y el resto de los paganos) están convencidos de que su divinidad es la única y verdadera. En el caso del cristianismo, si bien es una doctrina que ha perdurado durante dos mil años, más que deberse a la voluntad divina, es por el uso de la fuerza y por la utilización del sincretismo que ha conseguido adaptarse a cada tiempo y cultura. Vale la pena mencionar que el sincretismo es la práctica mediante la cual los recursos religiosos y simbólicos de una cultura son asimilados y transformados por otra a fin de apropiarse de la cultura de los pueblos en decadencia. Tenemos ejemplos de sincretismo en la apropiación que los griegos hicieron de la cultura egipcia y posteriormente el fenómeno se repetirá cuando los romanos asimilen y se apropien de la cultura griega. Pero indudablemente, el sincretismo más comprensible para los latinoamericanos será el que el catolicismo hará de las culturas prehispánicas, teniendo como resultado de dicha apropiación la que se hizo de la diosa Tonantzin Coatlicue, “Nuestra madrecita la de la falda de serpientes”, cuya representación cristiana es la de la virgen de Guadalupe, la cual se le apareció al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac, el cual anteriormente fue un templo de Tonantzin.
Cuando los españoles llegaron al México antiguo con el objetivo de conquistarlo, esto fue en 1519 con las tropas de Hernán Cortés, dieron por hecho que las prácticas religiosas de los indígenas eran demoníacas y que los españoles tenían la obligación de evangelizar las tierras americanas, es decir, traer a su Dios intangible, imperceptible y, posiblemente, inexistente para sustituir a los dioses precolombinos, que también eran intangibles, imperceptibles y, posiblemente, inexistentes (como los del resto de las religiones del mundo). Las labores de evangelización se realizaron después de las de conquista, es decir, primero se asesinó a quienes conformaban la clase militar y a los principales aristócratas, para después intentar convertir al catolicismo a la población en general. La orden que tuvo un papel fundamental en el proceso de evangelización fue la orden franciscana, cuyos miembros tuvieron que aprender las lenguas indígenas (principalmente el náhuatl) para enseñar su doctrina. A los primeros grupos de franciscanos evangelizadores se les conoce como “cronistas” porque fueron ellos los primeros en dejar testimonios escritos de la conversión de los naturales del México antiguo, entre estos cronistas está fray Toribio de Benavente (Motolinía, que significa “pobre”), quien en su Historia de los Indios de la Nueva España dice lo siguiente con respecto a las supersticiones:
«No se contentaba el demonio con el servicio que esta gente le hacía adorándole en los ídolos, sino que también los tenía ciegos en mil maneras de hechicerías y cerimonias supersticiosas. Creían en mil agüeros y señales, y mayormente tenían gran agüero en el búho, y si le oían graznir o aullar sobre la casa que se asentaba, decían que muy presto había de morir alguno de aquella casa. Tenían también agüero en encuentros de culebras y de alacranes y de otras muchas sabandijas que se mueven sobre la tierra. Tenían también libros de los sueños y de lo que sinificaban. Cuando alguna persona perdía alguna cosa, hacían ciertas hechicerías con unos granos de maíz y miraban en un librillo o vasija de agua, y allí decían que veían al que lo tenía. Tenían otras muchas y endiabladas hechicerías y ilusiones con que el demonio los traía engañados, las cuales han ya dejado.»
Indudablemente, la guerra de conquista fue terrible, el mismo Motolinía refiere la tristeza que se sentía entre los indígenas, pero este conflicto iniciado por los españoles no es muy diferente de las múltiples guerras que los mexicas realizaron en contra de otros pueblos indígenas, y es que los pueblos amerindios estaban en constante enfrentamiento, incluso entre grupos de la misma cultura. Tampoco son muy distintas las guerras que los griegos le hicieron a los troyanos, o las de los romanos en contra de los bárbaros, y es que lo que todos estos enfrentamientos tienen en común (incluída la conquista española) es que son en nombre de una divinidad intangible, imperceptible y, posiblemente, inexistente. A los indígenas, los católicos los acusaron de ser demoníacos y supersticiosos, sin embargo, ¿en qué reside la diferencia entre creer en Quetzalcóatl o en Cristo, entre creer en Tonatiuh, Apolo o Dios Padre? A fin de cuentas, estas evocaciones de lo divino son imperceptibles y quizás inexistentes, pero, a pesar de ello, los hombres están dispuestos a asesinar, pues se niegan a renunciar a creer en hechicerías e ilusiones.
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