ORIENTALISMO es el título del libro, que se extendió a la obra crítica del autor palestino Edward Said. En él confronta y documenta las formas en que desde occidente se caricaturiza a la riqueza y diversidad cultural de aquello que se ha identificado como “otro”, congelándolo en el tiempo, para ningunearlo. Atacando lo que los poderes victoriosos, tras la primera guerra mundial, llamaron “medio oriente” y que es un eufemismo para el islam, sus aplicaciones escapan las fronteras otomanas. Publicado en 1978, originalmente en inglés y multi-traducido desde entonces, gozaría una gran influencia en la teoría literaria, la historia y la antropología. Usado como acusatoria, lamento, y modelo dentro de la academia eurooccidental y estadounidense, no lograría afectar a la cultura popular. Para cuando apareció, obras como SIDDHARTHA de Herman Hesse o LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN de Carlos Castaneda, habían impactado ya la imaginación no sólo de occidente y se convertían en una industria que pasó de artesanal a maquiladora de falsificaciones. Esto es, lo que identificamos como el mercado o la industria New Age. Básicamente, elementos tomados deliberadamente de un complejo cultural hacen las veces del todo y dentro de su uso y abuso se encontrará una promesa de felicidad o sentido de plenitud que la vida moderna jamás podrá darnos. El ejemplo más contemporáneo es el uso de la ayahuasca, pero podemos hacer una cronología puntual desde al menos 1968 con las “importaciones culturales” que fueron armando un burdo pastiche.
Menciono esto porque en la semana anterior corrió como pólvora un video mostrando al Dalai Lama besando a un niño en el norte de la India en la boca para posteriormente pedirle le chupase la lengua. La reacción de condena fue unánimemente, pero con variaciones. Mientras unos pocos cínicamente recordaban el repugnante papel del personaje como “activo” de la CIA contra la República Popular China, la mayoría se decía decepcionada. El Dalai Lama es otro de esos personajes “orientalizados” y que no ha tenido que hacer más que actuar en su papel de alteridad radical a occidente para poder cometer impunemente los abusos con que miles de prelados de la jerarquía católica (entre sacerdotes, obispos, cardenales y papas) han degradado su ministerio y a la institución misma. Si bien el país sigue siendo abrumadoramente católico en las estadísticas reportadas al INEGI en el censo del 2020, con un 77.7 confesándose así, sabemos no todos son practicantes. Una buena parte adereza sus atavismos y revelaciones tutelares con elementos orientalistas que pueden ir desde los temazcales de los “compadritos de la tradición”, el “ovolactovegetarianismo” de la GFU, la meditación de casas de incultura pseudo-tibetanas, la cábala y numerología en falsos yeshivás, cuando no extravagantes cultos a la “Niñablanca” (sic) o “Sanjuditas” (sic), así en aglutinación simple. La única barrera infranqueable en México como irreducible otredad es el islam. Por supuesto que la libertad de cultos, ley de imprenta y pluralidad religiosa les protege y da derecho a gozar de todas las combinaciones y búsquedas posibles. No hay nada que encuentren que no se haya ya hecho en los dos mil años de expiación desde los esclavos romanos, ni los abusos en su nombre durante la evangelización y monopolio con todo e inquisición.
Queda por reflexionar si el sistema de educación pública en su carácter laico ha de sumarse acríticamente a esta celebración de un multiculturalismo ignorante y mercantilizado, o tiene otras opciones. Tras la guerra cristera, la SEP asumió un talante jacobino, siendo la punta de lanza para “salvar” a los educandos de la enajenación de sus familias y “comunidades”. Los neoliberales apostaron a la privatización y tecnocratización del conocimiento, mientras que la involuntaria e irónicamente mentada “nueva escuela mexicana” promueve al comunitarismo como su atavismo político más preocupante. Precisamente porque quiénes siempre pelearon contra el imperialismo y su residual orientalista fueron los marxistas, siendo sus debates con Said legendarios, dentro y fuera de “medio oriente”, es que sabemos es posible hacerlo. Renunciar a ello es simplemente abandonarnos a la inercia de la miseria en toda la extensión de su condena.