Sin duda, una de las tareas más difíciles a las que nos podemos enfrentar es la de distinguir al bien del mal. El apóstol Mateo ya lo había advertido cuando dijo: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”, e incluso el escritor de comedias, Plauto, había dicho mucho antes que: “el hombre es el lobo del hombre”, dando a entender que es en nuestro semejante en donde podríamos encontrar a nuestro peor enemigo. Hay que recalcar la idea de que es de nuestro semejante de quien debemos cuidarnos porque durante siglos, o mejor dicho milenios, ha persistido la idea de que nuestros principales detractores son entidades no humanas provenientes de dimensiones metafísicas, en otras palabras, que son los demonios y su patrono Lucifer (“El portador de la Luz”), también llamado Satán (“El enemigo”), las semillas de la malignidad en el mundo. Sin embargo, no es del todo factible la idea de que los demonios y su patrono se manifiestan en este mundo para hacer el mal, pues, de ser así, su intromisión tendría que hacerse en formas sutiles y diáfanas a fin de que sea casi imposible saber cuándo se está frente a frente con un demonio. En este sentido, y apelando a las palabras de Mateo y de Plauto, si los demonios existen, no vienen del subsuelo, ni tienen atributos reptilianos como alas, escamas y cola, sino que, antes bien, su forma es humana.
Fue el catolicismo el que sembró y difundió la idea de que los demonios se movían entre nosotros instigando a uno que otro débil y despistado espíritu humano a hacer el mal, sin embargo, la realidad es que cuando nosotros vemos el rostro del mal, éste siempre tiene facciones humanas, siendo además casi seguro que quien opera con maldad lo haga por convencimiento propio, es decir, porque es una persona maligna, antes que por ser víctima de una posesión demoníaca. No discutiremos si la maldad humana es propia de nuestra especie o si la maldad se desarrolla en la interacción diaria con la sociedad, pues la reflexión no terminaría nunca, por lo que mejor habremos de centrarnos en la evidencia irrefutable de que todo acto maligno es ejecutado por una persona, siendo inválida aquella justificación de que quien obra mal es por obra del Maligno, antes que por libre albedrío. ¡No!, la malignidad es siempre un acto consciente en donde ninguna entidad metafísica puede ser utilizada como justificación del actuar.
Desde el Antiguo Testamento se hace mención de los demonios, empezando por el que le dio el fruto prohibido a Eva, pero fue en la Edad Media cuando estas entidades se popularizaron, causando al mismo tiempo que terror, un sentimiento de asombro por parte de quienes se sentían inclinados a la región oscura de la existencia, aquella que tiene que ver con la magia y los pactos demoníacos. Incontables son las leyendas luciferinas que surgieron en los mil años que duró este periodo, el cual va del siglo V al siglo XV y que tanto en su inicio como en su final está determinado por obras literarias relacionadas con el pacto satánico y es que al inicio de la Edad Media existió el que se dice fue el mago negro más poderoso de todos: san Cipriano, mientras que en el final del medioevo se publicó una de las obras más contundentes para enfrentar a los magos negros y brujas: el Malleus maleficarum, que en nuestra lengua se traduce como: El martillo de las brujas, el cual es un manual redactado a manera de cuestionario en el que se le otorgan a los inquisidores las pautas para enjuiciar a alguien que podría tener pacto con el demonio. De esta singular obra, es pertinente rescatar las siguientes ideas a manera de ejemplo:
«En los últimos tiempos llegó a nuestros oídos, no sin afligirnos con la más amarga pena, la noticia de que muchas personas de uno y otro sexo, despreocupadas de su salvación y apartadas de la fe católica, se abandonaron a demonios, íncubos y súcubos, y a sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros execrables embrujos, artificios, enormidades y horrendas ofensas. Por añadidura, en forma blasfema, estas personas renuncian a la fe que les pertenece por el sacramento del bautismo, y a instigación del Enemigo de la Humanidad no se resguardan de cometer y perpetrar las más espantosas abominaciones y los más asquerosos excesos, con peligro moral para su alma. Nos sentimos profundamente deseosos de aplicar potentes remedios para impedir que la enfermedad de la herejía y otras infamias den su ponzoña y destruyan a muchas almas inocentes, por lo que decretamos y mandamos que los inquisidores tengan poderes para proceder a la corrección, encarcelamiento y castigo justos de cualesquiera personas, sin impedimento ni obstáculo algunos, en todas las maneras. Para la práctica de la brujería hacen falta cuatro puntos: primero, renunciar de la manera más profana a la fe católica, o por lo menos negar ciertos dogmas de la fe; segundo, dedicarse en cuerpo y alma a todos los males; tercero, ofrecer a Satán niños no bautizados; cuarto, dedicarse a todo tipo de lujuria carnal con íncubos y súcubos, y a todo tipo de asquerosos deleites. Sin embargo, hay que decir que Dios permite que exista el mal, aunque Él no lo desea, pero lo permite para la maravillosa perfección del universo, que puede considerarse en el hecho de que las cosas buenas son más altamente elogiables, más placenteras y laudables, cuando se las compara con las cosas malas. Dado en Roma, el 9 de diciembre del Año de la Encarnación de Nuestro Señor, en 1448.»
El Malleus maleficarum fue redactado por los dominicos inquisidores Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, y aprobado y difundido por el papa Inocencio VIII, quien buscó combatir a toda costa la herejía y la brujería o, al menos, lo que él consideraba como tales, y es que lejos de centrarse en la reconducción evangélica (amorosa) de las ovejas descarriadas, el papa y sus inquisidores tuvieron fama de ser sumamente crueles, de hecho, el lenguaje utilizado en el mencionado tratado judicial es innegablemente misógino y discriminatorio. Preguntémonos: ¿en esa Edad Media quiénes eran los verdaderos demonios, aquellos que de manera invisible supuestamente hacía pactos con magos y brujas, o los que de manera visible y tangible torturaban y mataban a sus semejantes “por amor a Dios” y cayendo en asquerosos excesos?