Miguel Ángel Martínez Barradas
Más abrumador que la infinitud del universo es la de la ignorancia humana. La abundancia de información en la sociedad actual es inversamente proporcional a su inteligencia. Diariamente sabemos de algún nuevo desatino que la falta de cordura produce en los individuos, independientemente de si estos pisaron alguna vez las aulas. Los avances tecnológicos, por su novedad precisamente, fomentan entre las personas, aún en las llamadas “letradas” o “cultas”, miedo a lo que no comprenden y a lo que tampoco quieren entender. Así, hoy somos testigos de sinrazones como que las nuevas antenas de tecnologías telefónicas favorecen la propagación de los virus pandémicos; que en los hospitales drenan el líquido sinovial de las rodillas de los enfermos; que los termómetros infrarrojos exterminan a través de un láser a las neuronas de los examinados; que las vacunas realmente implantan enfermedades “inteligentes”; o que la forma de la Tierra es plana, y que las sociedades secretas coludidas con el gobierno nos han mantenido engañados con respecto a la esfericidad de nuestro planeta. Ejemplos como estos hay muchísimos más, pero baste por ahora centrarnos en el último, en el del sitio y movimiento de nuestro planeta, para deleitarnos.
Eratóstenes fue un matemático griego que en el siglo segundo antes de Cristo dio un valor aproximado de la circunferencia de la Tierra. El científico calculó un valor que rondaba, ajustándonos a nuestro sistema métrico decimal, los cuarenta mil kilómetros; los satélites artificiales contabilizan a la circunferencia en cuarenta mil setenta y cinco kilómetros. Eratóstenes calculó además, con ciertos fallos, la distancia entre nuestro planeta y la luna, y entre nuestro planeta y el sol, concibiendo en todo momento a nuestro planeta como un cuerpo esférico. Posteriormente, en el siglo cuarto después de Cristo, la filósofa Hipatia de Alejandría rectificó las hipótesis de Eratóstenes con respecto a la circularidad en la trayectoria de los astros, proponiendo que la traslación de los cuerpos es realmente elíptica y considerando que nuestra casa es esférica.
Las ideas de Eratóstenes y de Hipatia encuentran sus precedentes en dos pensadores del siglo tercero antes de Cristo. El primero de ellos es Aristarco de Samos, quien propuso que la Tierra gira alrededor del sol y que ésta no es el centro del universo. El segundo es el ya predecible Aristóteles y su tratado “Sobre el cielo”, en el que examina el origen, naturaleza y finalidad del cosmos, así como los cuerpos que lo componen, en este caso, los planetas, o como decía Hipatia: las estrellas errantes. Las estrellas fijas son todas aquellas que aparentemente nunca mudan de lugar en el firmamento, por otra parte, las errantes son las que modifican su curso cada noche, estos son los planetas de nuestro sistema Solar.
Volviendo a Aristóteles y su tratado, el filósofo considera como cierta la esfericidad de la tierra y desecha ideas insostenibles como que ésta es plana; o que flota en el agua; o que es una tierra finita cuyas raíces se extienden infinitamente hacia abajo. En lo que difiere es en la posición ésta que ocupa, pues aunque considera que la Tierra puede girar en torno al centro del cosmos, él se inclina más a que nuestra esfera es el centro y el resto de los cuerpos astrales la circundan. ¿Cuáles son las correspondencias entre todos estos pensadores grecolatinos? Que la tierra es esférica y que el movimiento es lo que anima y da sentido al infinito cosmos.
La polémica en torno a la forma y movimiento de las esferas celestes fue recuperada con vigor por Nicolás Copérnico en el siglo decimoquinto de nuestra era, quien construyó su modelo del cosmos con ideas de los pensadores anteriores ya mencionados. Su obra se llama “Sobre las revoluciones” y en ésta comprobó no sólo la esfericidad de la Tierra, sino, además que su movimiento era heliocentrista, es decir, alrededor del sol. La obra de Copérnico se distancia de la de Aristóteles, aunque en muchos puntos se entrelazan. Por ejemplo: dice Aristóteles de la esfericidad: «En cuanto a la figura de cada uno de los astros, lo más razonable es considerala esférica. En efecto, puesto que se ha mostrado que no están naturalmente dotados para moverse por sí mismos y como, por otro lado, la naturaleza no hace nada irracionalmente ni en vano, es evidente que ha dado a las cosas inmóviles el tipo de figura menos móvil.» Copérnico añade: «En primer lugar, hemos de señalar que el mundo es esférico, sea porque es la forma más perfecta de todas, sin comparación alguna, totalmente indivisa, sea porque es la más capaz de rodas las figuras, la que más conviene para comprender todas las cosas y conservarlas, sea también porque las demás partes separadas del mundo (me refiero al Sol, a la Luna y a las estrellas) aparecen con tal forma, sea porque con esta forma todas las cosas tienden a perfeccionarse, como aparece en las gotas de agua y en los demás cuerpos líquidos, ya que tienden a limitarse por sí mismos, para que nadie ponga en duda la atribución de tal forma a los cuerpos divinos».
¿Qué es lo que se discute desde Aristóteles y hasta Copérnico? La forma, movimiento y lugar de los astros, principalmente de la Tierra. La observación fue suficiente para que los astrónomos antiguos supiesen de la esfericidad de nuestra casa y de su posición en el cosmos. Hoy, en esta sociedad con infinitas posibilidades para educarse, se sigue defendiendo que la Tierra es plana porque los individuos, inconscientes de las libertades de las que gozan, prefieren deleitarse en sus miserias efímeras desconociendo no sólo la forma, movimiento y lugar de ellos en el mundo, sino teniendo aún la osadía de postular que el centro verdadero del cosmos no lo ocupa el sol, ni mucho menos la Tierra, sino ellos mismos que se asumen como entes irremplazables y poseedores de la verdad absoluta, cuando son solamente errantes y finitos.