Carolina Goméz Macfarland
Jamás terminarán las entretenidas conversaciones donde el tema principal es la gordura. Una dieta para adelgazar o una mágica pastilla para “bajar de peso”. Un sueño eterno donde creemos que nuestra vida será perfecta cuando estemos flacos. Con 10 ó 15 kilos menos.
Alguien me amará, mi pareja no me abandonará, seré una persona vista y respetada, tendré el empleo que tanto he deseado, y el hombre o la mujer que necesito, llegará.
Y todo por el módico precio de una dieta. Todo por solo unos días de sacrificio, todo por solo una sencilla cirugía, todo eso que he soñado, por unas semanas en el gimnasio.
Y de repente, despierto meses después, con esta terrible realidad. Una que me desagrada, que hace que me odie y desprecie a mí mismo. Sonaba tan sencillo, tan simple y tan posible… ¿cómo es que no puedo ser delgado?
La comida, tan amada y odiada, deliciosa y amarga. Sabores que no combinan. Amiga y enemiga al mismo tiempo. Y la lucha contra ella me agota cada vez más.
Curiosamente, la comida está como y cuando la queremos, dulce o salda, fría o caliente. Y aun cuando pudiera ser dañina, no hay ley que nos prohíba comer. Y cómo podría, si debemos hacerlo para vivir.
Imposible hacer real el sueño de estar delgados, desde fuera. Porque probablemente la comida sea nuestra única compañera cuando lo necesitamos.
Hemos visto la gordura y en casos extremos, la obesidad, con desprecio, con tristeza y con mucha humillación. Sin embargo, tal vez sin darnos cuenta, ha sido la única manera en que algunas personas se mantienen con vida. Si, la única, pues, aunque el alimento es un recurso que cubre una necesidad básica en el ser humano, también tiene otros significados.
Las historias de vida, pueden llegar a ser monstruosas, las heridas provocadas en nuestra niñez, a veces pueden ser atroces, grandes y muy profundas. Y no siempre sanan con los años. Debemos primero encontrar la manera de sobrevivir, y hacemos uso de cualquier herramienta para lograrlo.
Unos encontrarán la salida con enfermedades físicas o mentales, otros consumirán alguna sustancia, otros buscarán ayuda, y así, cada uno en su intento por existir, encontrará la manera, no siempre la mas funcional o saludable, pero la encontrará.
Comer en exceso y engordar, también tiene su ventaja, la de mantenernos protegidos de los golpes de la vida. Es la forma que tenemos de no ser tocados donde más nos duele. La gordura nos ayuda a evitar dar la cara a nuestra historia.
Y aquí es donde todo se vuelve un caos. Comemos por soledad, por angustia, por intolerancia, por miedo, y lo hemos hecho desde siempre, desde niños. Impidiéndonos madurar y manteniéndonos cobijados ante las demandas propias de cada día.
Pero, ¿cómo puede algo tan delicioso volverse contra nosotros? Esto no comenzó apenas. Esto lo aprendimos desde hace años y se volvió un hábito, una adicción.
Aprendimos a quitarnos de inmediato el escozor que produce una frustración, una separación o un conflicto, mediante la comida.
Por eso para muchos, es menos difícil comer y seguir con la fantasía de ser delgados, medio haciendo ejercicio o medio haciendo una dieta, que trabajando en aquel vergonzoso o monstruoso asunto, que tanto duele.
Muchas veces, las dietas y los programas de ejercicio no parecen funcionar, no porque no sean buenos, sino porque la comida y el peso son los síntomas y no el problema. Adelgazar, implica desaparecer aquella coraza protectora con la que se ha aprendido a sobrevivir, provocando que cada tratamiento sea saboteado de inmediato: “si adelgazo, mis heridas quedarán al descubierto, y no sabré qué hacer con mis recuerdos, con mis miedos, ni con mi dolor”.
Pero nadie dijo que crecer fuera sencillo. El secreto, no será entonces adelgazar. El secreto es trabajar con esta realidad que no siempre muestra tan mala cara. Que nos ha llenado de recursos que requieren de ser vistos para usarse en nuestro beneficio. Todos tenemos historias y experiencias complicadas, y para todos, el camino es el mismo, ver de frente a nuestro sufrimiento y fortalecer nuestros talentos para ofrecerlos así, a la humanidad.
La historia no cambiará, no podemos regresar el tiempo, sin embargo, siempre es posible trabajar con ella, porque, ¿cuántas veces se puede decorar una habitación? Las mismas veces que puedes resignificar tu vida.
Y RECUERDEN, TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL. Y SI LAS COSAS NO ESTÁN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.