Ernesto Ordaz Moreno
“La corrupción de las mejores cosas da origen a las peores” (David Hume)
¡Libertad, igualdad, fraternidad! Uno de los tantos lemas empleados en la Revolución Francesa, cuyo resultado más importante y trascendente se concretó en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. El 14 de julio se celebró un año más de esta conquista intelectual, pero poco se recuerda esta fecha, ya la sociedad da por sentada que goza de libertad, de igualdad, de una Carta Magna que le garantiza sus derechos como individuo. Sin embargo, bien vale la pena reflexionar al respecto, pues a partir de ese momento, se generó una transformación que cambiaría la conformación de los Estados y de la sociedad ya que se comenzó a observar el respeto a los derechos del individuo, que las instituciones sirven para beneficio del ciudadano y el Estado existe para auxiliar en el crecimiento de la persona dentro de la sociedad.
La realidad que tenemos es producto de cientos de años de lucha, de cambios, de sacrificios, ya que toda revolución conlleva excesos, terror y pérdidas humanas, pero el objetivo es proveer de libertad, de igualdad, de una seguridad para que la persona pueda desarrollarse y vivir en armonía, en felicidad.
En el presente, las personas contamos con una Constitución Política que reconoce, garantiza, protege, los derechos humanos del individuo. En el papel se lee muy bien. Sin embargo, la realidad dista mucho de lo que ella nos concede. En principio, podemos cuestionarnos ¿somos libres? ¿Qué tan iguales somos ante los ojos de nuestros conciudadanos?
La libertad que gozamos está acotada, claro, ningún derecho humano es absoluto, pero me refiero al hecho de la limitación a nuestras libertades por las propias circunstancias que vivimos. Somos libres para adquirir una casa, y a la vez, estamos prisioneros en ella, pues tenemos rejas para protegernos de la delincuencia, además, debemos contar con un sistema de seguridad privado y, en algunos casos, incluso, vivimos aislados en fraccionamientos construidos dentro de las colonias de nuestra ciudad, en la que se nos “vende” libertad y seguridad. Ahora bien, no todos podemos pagar por esa libertad y seguridad, luego, para el resto de la ciudadanía, ¿qué libertad goza?
La libertad de tránsito se puede ver empañada con facilidad ante el asalto de la delincuencia, quienes portan armas a diestra y siniestra, misma soltura que les da disparar y herir o, incluso, privar de la vida, a otro ciudadano, a otro igual. Y en el supuesto caso que detengan al agresor, ¿en qué tiempo está de vuelta en las calles para continuar delinquiendo?
¿Qué libertad, igualdad y seguridad tienen unos padres responsables, amorosos, que se quedan con la angustia de saber si su hijo o hija regresarán con vida a su casa, después de la escuela, de salir, de divertirse?
Esta problemática diaria se encuadra en el cáncer que tenemos llamado corrupción. La corrupción que existe en la sociedad, en el gobierno, en todo México, ha generado que se corrompa la Constitución y los principios que reconoce y protege. Se debe reconocer que todo el sistema de nuestro país es corrupto cuando escuchamos que el “fin justifica los medios”, “el que no transa no avanza”, e incluso, se defienden las atrocidades, las corruptelas, sólo por defender el “statu quo”, los beneficios adquiridos, porque nos conviene. La corrupción se incrementa ante la crisis económica, ante la falta de educación, la falta de oportunidades.
Hemos llegado al punto más lacerante de la corrupción que incluso se ha adoptado como “bandera” política, a manera de ofertar transformar al gobierno y a la sociedad, alejándonos de la corrupción. Sin embargo, el planteamiento de eliminar la corrupción ¿puede “combatirse” de manera frontal sustentándose en una sola línea de ataque?, ya que se requiere una planeación y acción multidisciplinaria. El problema de la corrupción es más complejo de lo que pensamos.
La corrupción, desde su concepto etimológico, se sustenta en aquello que se ha destruido, alterado, podrido, dañado en su naturaleza esencial. La corrupción existe en el individuo, en la familia, en la comunidad, en la sociedad, en las autoridades, en el gobierno, en el Estado, aclarando que no todos son corruptos. Así observamos como notas características: la ambición, la falta de compromiso, ausencia de honestidad, de valores y principios, el egoísmo. En una sociedad corrompida se afecta la confianza en las instituciones, en las autoridades, se perturba el orden social, la “democracia” y lo único que se incrementa es la violencia, la delincuencia organizada y otras que conllevan afectar la seguridad de las personas.
Por supuesto que reconocemos que la corrupción no es algo nuevo, llevamos muchas décadas enfermando a los jóvenes con corrupción, y ellos crecieron, se reprodujeron, y a sus hijos les transmitieron el gen de la corrupción y así sucesivamente, hasta ahora, hasta el punto que todo el entorno es corrupto. Luego, ¿debemos aplaudir el combate contra la corrupción sin una estrategia clara? O la falta de comunicación de las políticas anticorrupción se producen para despistar al enemigo.
A efecto de erradicar la corrupción no sólo se debe eliminar de la fórmula a los corruptos sino sanear las actividades e instituciones corrompidas, así como a las personas corruptas, enseñarles que se puede tener éxito sin necesidad de acudir a la corrupción. Leyes y autoridades que castiguen los hechos corruptos, que no haya impunidad. También se requiere recuperar el dinero obtenido por corrupción y ponerlo a la orden de la capacitación de las personas para enseñarles lo inadecuado de la corrupción, así como apoyarlos para darles oportunidades de desarrollo. Transparencia y rendición de cuentas no sólo de los funcionarios del gobierno sino de los ámbitos empresariales y de los partidos políticos, pues resulta increíble que se elijan a los mismos políticos corruptos, tal parece que los partidos políticos no han creados otros cuadros ni capacitado a otros jóvenes para la administración pública o para los cargos de elección popular, lo cual es tan grave que implica que la sociedad se vuelva cómplice, no víctima, cuando elige a los mismos corruptos de siempre.
Si el Estado deja de atender y servir a la población, hace del presupuesto público un negocio particular, beneficio a los “amigos”, se aceptan los sobornos, el mal uso de los fondos públicos, y descuida las necesidades básicas del ciudadano, de la persona, entonces, “algo huele mal en Dinamarca”.
En esta transformación contra la corrupción las redes sociales son herramientas útiles para impedirla, ya se sanciona públicamente al corrupto, que pase al plano de lo legal y se inicien investigaciones serias, en el uso de las tecnologías de la información, se emplea el derecho a la libertad de expresión junto con el “anonimato” aunado al poder de millones de usuarios para denunciar actos ilícitos, corruptelas. Hay ejemplos claros del poder y eficacia de las redes sociales. Por supuesto, se requiere de responsabilidad y restricciones para evitar la comisión de otros ilícitos.
Erradicar la corrupción no es una empresa fácil, requiere de una estrategia clara y multidisciplinaria, enaltecer los ideales que conforman nuestra sociedad, eliminar la impunidad, promover la transparencia, la rendición de cuentas, apoyar el desarrollo económico, social y cultural de todos y cada uno de nosotros, el gobierno tiene su estrategia, han implementado los cambios correspondientes, con reformas legales, esperaramos buenos resultados.
Ahora, nosotros los ciudadanos, ¿qué debemos hacer? Si no tomas una postura contra la corrupción te vuelves cómplice de ella ante la omisión, entonces, debemos cambiar nuestra actitud, enseñar con el ejemplo en nuestro día a día, cierto que no será fácil, pues pensar que podemos vivir en una sociedad corrupta sin ser corrupto uno mismo (George Orwell) es un error. Se puede cambiar y lograrlo, recuperemos la libertad y la igualdad que la Constitución nos ofrece; busquemos vivir con dignidad, sin pobreza, sin violencia, opresión, injusticia. ¡Hagamos la diferencia! ¿Tienes el valor, o te vale?