Miguel Ángel Martínez Barradas
1. e4… Resulta incuestionable que nuestros pasos ocurren entre largas noches y breves días; que es mayor el tiempo en el que miramos con nostalgia al pasado, que con júbilo al presente. No es que la vida sea una desgracia honda e irremediable, sino que nuestra naturaleza parece tener mayor inclinación hacia lo doloroso que a lo gratificante; de alguna manera somos todos masoquistas. Hallamos gusto en el sufrimiento y en exponernos ante el mundo como víctimas irredentas. “Nadie sufre como yo”, pensamos; “Nadie comprende el dolor por el que he pasado”, insistimos queriendo ocupar el centro del universo. Negro y blanco, negro y blanco, negro y blanco, así pasan nuestros días hasta que una mano invisible le pone fin a nuestra vida.
…e5. Un hombre profundamente triste y cuyos ojos vieron más rincones negros que blancos fue Gérard de Nerval, poeta francés del siglo XIX que podríamos ubicar dentro de la incomprensible línea de los poetas malditos. Nerval no tuvo una vida tranquila, los momentos de su infancia en los que el sol le convidó sus mejores centellas fueron escasos y muy pronto, llegado a la edad adulta, comenzó a escuchar voces dentro de su cabeza. Los diálogos eran inaudibles para los oídos humanos, pero no para el espíritu de Nerval que en un momento de abandono y desesperanza, lo hizo caminar hacia la Calle de la Linterna Vieja y colgarse por el cuello en una farola intermitente. El cuerpo de Nerval quedó suspendido sobre una pestilente cloaca por la que corría la inmundicia parisina, y una extensa sombra fue su refugio hasta el amanecer. Negro y blanco, negro y blanco, negro y blanco, así pasan nuestros días hasta que una mano invisible le pone fin a nuestra vida.
2. Dh5… Variadas fueron las palabras escritas que Nerval dejó, pero importan por ahora sólo dos: las primeras son las que escribió debajo de un autorretrato y que dicen: «Yo soy un otro»; las segundas son las que componen a un enigmático poema que posee un título en español a pesar de que Nerval no dominaba esta lengua, nuestra lengua, el poema se llama “El desdichado” y en la traducción de Juan José Arreola dice así: «Yo soy el tenebroso, el viudo, el desconsolado príncipe de Aquitania en su torre baldía. Mi sola estrella ha muerto, mi laúd constelado, el negro sol ostenta de la melancolía. En la fúnebre noche, tú que me has consolado vuélveme el Posillipo y la mar que fue mía, la flor más placentera al pecho desolado, la viña en que el pámpano a la rosa se alía. ¿Lusiñán o Birón? ¿Amor o Febo me creo? El beso de la reina empurpura mi frente, nadar a la sirena vi en la gruta soñada. De Aqueronte dos veces ya vencí la corriente, modulando a intervalos en la lira de Orfeo de la santa el suspiro con los gritos del hada.» Negro y blanco, negro y blanco, negro y blanco, así pasan nuestros días hasta que una mano invisible le pone fin a nuestra vida.
…Cc6. ¿Cuál habrá sido el interés de Arreola por traducir a Nerval, pero, sobre todo, por imitarlo? Leamos, nuevamente, el inicio de “El desdichado”: «Yo soy el tenebroso, el viudo, el desconsolado príncipe de Aquitania en su torre baldía…»; leamos ahora el inicio del cuento “El rey negro” de Arreola: «Yo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolable que sacrificó su última torre para llevar un peón femenino hasta la séptima línea, frente al alfil y el caballo de las blancas.» El parecido es abrumador, pero no sólo el que hay entre el inicio del cuento y el del poema, sino aún el que existe entre el título de ambos textos, pues tanto “El desdichado” como “El rey negro” son imágenes de lo funesto, de lo desgraciado, de lo oscuro. ¿De qué nos habla el poema? De un poeta entregado a su melancolía; ¿y el cuento?, leamos un fragmento:
3. Ac4… «Hablo desde mi base negra […] Soñé la coronación de una dama y caí en un error de principiante […] Desde el principio jugué mal esta partida […] Ahora estoy solo y vago inútil por el tablero de blancas noches y de negros días […] esquivando el mate de alfil y caballo. Si mi adversario no lo efectúa en un cierto número de movimientos, la partida es tablas. […] me acomete la angustia y comienzo a retroceder inexplicablemente […] Ya no tengo sino tres casillas para moverme […] Siempre elijo mal […] ¿Para qué seguir jugando? ¿Por qué no me dejé dar el mate del pastor? ¿O de una vez el del loco? […] ¿Por qué no me mató Dios mejor en el vientre de mi madre? […] mi joven adversario […] me mata en uno torre, con el alfil. […]»
…Cf6. ¿No es también la misma melancolía de Nerval el móvil en el cuento de Arreola? Tanto al poeta francés del siglo XIX como al cuentista mexicano del XX los atormentan las mismas voces interiores que hacen al primero colgarse en un pestilente callejón y al segundo sacrificar en el tablero sus mejores piezas a cambio de conseguir un peón en séptima línea y con esperanza de coronación. Debe de ser terrible vivir como el desdichado del poema o como el rey negro del cuentro. Sí, debe de ser lamentable vivir con la esperanza de la coronación para mejorar la posición actual. Vivir con la esperanza de la resurrección, de pasar del negro al blanco. ¿O acaso no es así como ya vivimos? ¿No son nuestras jornadas cotidianas diálogos ajenos a punto de estallar en nuestras cabezas? ¿No es la locura lo que parece apropiarse con cada vez más fuerza a la sociedad? Negro y blanco, negro y blanco, negro y blanco, así pasan nuestros días hasta que una mano invisible le pone fin a nuestra vida.
4. Dxf7++. El desdichado del poema ha vencido a la muerte en dos ocasiones, al Aqueronte. No tuvo la misma suerte el rey negro de Arreola, quien por sí mismo aceptó las trampas de la triangulación que lo llevaron a fenecer en uno de los rincones del tablero. El ajedrez es un enigma hecho juego e inigualable por sintetizar en apenas sesenta y cuatro casillas los vicios y virtudes del quehacer humano. En este momento todos lo jugamos y nuestro adversario es el más desdichado de todos, pues es ese rey negro que invisible nos habita.