Carolina Gómez Macfarland
Hoy la muerte tiene otro sabor. Además de la amargura que deja a su paso, en estos tiempos parece intensificar su deseo de ser vista.
Pensamos que algunas personas no deberían morir. Que, por su corta edad, su carrera exitosa, sus buenas obras, su compañía o compasión por los demás, deben ser las que lleguen a una muy avanzada edad para así poder despedirse de nosotros.
Pero somos nadie para decidir por Madame la mort, que existe para dar paso y mover la vida, para recordarnos que no somos eternos y que es justo ahora cuando debemos hacer lo que nos toca.
Tal vez se escuche con mucho sentido y sensatez. Sin embargo, quienes han perdido a alguien tan cercano y tan amado, jamás la muerte será algo natural ni necesario. Es doloroso e insuperable. Y sin una sola idea de cómo acomodar lo sucedido. El vacío, el abandono, la ausencia y la indispensable necesidad de significado, se apoderan de su existencia.
Hoy vivimos una situación que nos atormenta a todos, un momento de movimiento universal. Un tiempo de pérdidas y de ver de frente a la muerte como mirar de frente al sol, como bien dice Irvin Yalom.
Insoportable y real, algo que asusta y nos enfrenta a todos nuestros miedos, a la irreparable ausencia y a la soledad. Que nos hace recordar, aunque no queramos, que somos seres finitos.
No es obligatoria la culpa, ni sentir que ahora mismo debemos reparar todo lo que no hicimos bien, pues el hombre aprende siempre, además de que no podemos controlar todo lo que se nos presenta. La vida es un constante análisis, un ensayo de aciertos y errores. Descansar y divertirse, reír y llorar, amar y odiar, todo lo que sentimos es válido porque lo necesitamos para crecer. No hay otra manera de madurar que vivir, experimentar diferentes emociones y sentimientos, actuar en consecuencia, para luego corregir y cambiar.
Todos hemos perdido a alguien especial, tenemos claro que esto sucede y que es parte de la vida, pero no es lo mismo razonar que sentir, y ahí comienza el problema.
Es complicado porque no se trata de olvidar o de no sentir. Entre más importante y más cercana es la relación con aquella persona que se ha ido, el proceso de duelo será más intenso y doloroso.
Sin embargo, es posible acomodar, y es válido sentir nostalgia siempre. Añorar momentos que se compartieron, sentir tristeza, extrañar. No es algo que con el tiempo se olvide, porque nada se olvida, todo está en la memoria, solo se acomoda diferente, y mientras más madurez tengamos, lo haremos mejor, hasta que se convierta en un bello recuerdo que ocupe un lugar que adorne el corazón, muy lejos de verse monstruoso.
La muerte, no es buena ni mala, es un estado que marca una diferencia en la persona. Es justo cuando el cuerpo no responde, no hay signos vitales y ya no se mueve, y nunca más lo hará. Pero su esencia y su legado permanecen, porque van más allá de la vida.
Vivir cada día de frente a la muerte no es ni por un instante una situación agradable. Solemos manejar su presencia de vez en cuando, dándonos un tiempo de duelo, para acomodar los recuerdos y la ausencia de alguien con quien interactuábamos cada día. Averiguando qué hacer con ese tiempo y esa energía que ahora nos sobra.
Vivir en este tiempo, es como estar solos en un mar agitado, sobre un pequeño barco.
Por un momento se puede navegar en tiempos difíciles, pero este, representa un tiempo sin tiempo, sin principio ni fin, una sensación de eternidad y permanente zozobra, tomando apenas algunas precauciones y mucha esperanza para sobrevivir, imaginando que por momentos el peligro ha terminado y que nunca sucedió, que fue una pesadilla y nada más, e intentamos regresar a los viejos hábitos, para que, sin clemencia, recordemos que aún estamos en plena tormenta. Otra vez asustados y otra vez de frente a la muerte.
Pero, ¿cómo acomodarla en nuestro corazón? ¿Cómo, si es tan fea, tan mala y tan dolorosa?
Parece que cada uno lleva un tiempo y un ritmo de crecimiento diferente, y de esta manera, diferente será su forma de integrar la idea de muerte, la idea de que somos seres finitos y que, solos debemos partir en algún momento, sin saber a ciencia cierta qué es lo que pasará después.
La angustia dependerá de cada uno y de la manera en que decidamos tomar nuestra responsabilidad de vida, el sentido que ésta tiene, la aplicación y dedicación a nuestros proyectos y la madurez que obtengamos al hacerlo.
Entre más trabajo hagamos con nuestra persona, desarrollemos mejor y sanamente nuestras habilidades, podremos disfrutar de manera más consciente, cada momento de la vida, entendiendo el dolor, la frustración o la alegría, como parte de la tarea de vivir.
¿Acomodar la muerte? Eso tiene más sentido. Esta es nuestra realidad, es lo único seguro. Lo único que nos angustia, y también lo único que nos dispara la necesidad de trabajar cada día para crecer, madurar y aportar a la humanidad lo que hemos venido a dar.
Y quién sabe, tal vez descubramos que, aunque finitos, existe la posibilidad de tomar conciencia de que la muerte es un excelente pretexto para degustar profundamente la vida.
PARA QUIENES YA NO ESTÁN, Y A QUIENES SEGUIREMOS AMANDO PROFUNDAMENTE. DESCANSEN EN PAZ.
