“¡Suéltalo!!” “¡ya déjalo ir!!” “Yo soy de los que perdona, pero no olvida jamás” … Y no sé cuántas frases más, escuchamos cada día respecto a una palabra que a ciencia cierta no tiene un significado claro o igual para todos, el PERDÓN.
Tal vez solo sea una obligación sin un claro sentido, una forma de ahorrarnos una culpa a futuro, un reclamo, una ausencia o un abandono.
Lo cierto es que se convierte en un forzoso compromiso, deglutiendo todo lo que se genera tras una ofensa, sin digerir ni analizar nada, solo así, porque se tiene que hacer, se debe perdonar, aunque no se sepa ni lo que esto signifique, aunque no se tenga claro qué hacer con el dolor que se sienta por la ofensa, aunque no se sepa cómo será ahora la relación con el ofensor, cuando tal vez ni si quiera exista el deseo de verle más.
Porque, ¿qué es perdonar en realidad?… es una pregunta muy difícil de responder. El asunto puede ser tan complicado o tan sencillo como uno lo desee.
Porque siempre debemos tomar en cuenta el contexto, el momento, la persona, las creencias y más temas que se involucran inevitablemente en este confuso proceso de perdonar.
Debe tomarse en cuenta la intensidad o grado de la ofensa, quién la lleva a cabo y quién la recibe. No es lo mismo ser ofendido por alguien que no conocemos, a serlo por alguien muy importante en nuestra vida, y de quien esperamos mucho más cariño que dolor.
Dependerá también del sistema de creencias de cada uno, pues no todas las personas interpretamos el mismo acto como una ofensa, lo que a uno le causa indignación porque ha llegado hasta la más profunda de sus heridas, para otro puede ser un evento que le genera indiferencia o hasta alegría.
Recordemos que la interpretación que demos a las ofensas tiene que ver con nuestra historia. Todos tenemos recuerdos dolorosos o heridas que se mantienen abiertas por no haber trabajado en ellas o porque la ofensa se vuelve algo permanente. Todo un misterio que solo puede ser desvelado por quien lo vive.
El perdón, como lo define la Asociación Americana de Psicología (APA), es “un proceso (o el resultado de un proceso) que involucra un cambio en las emociones y actitudes hacia un ofensor. El resultado de este proceso, puede describirse como una disminución en la motivación para tomar represalias o guardar la lejanía respecto a un ofensor a pesar de sus acciones, y que requiere dejar ir las emociones negativas que se experimenten hacia él”.
Y aunque la definición suene lógica y hasta sencilla, lo cierto es que merece como todo acto trascendente y noble en el ser humano, su propio tiempo, con el toque único de cada individuo, con su propio estilo y su propio ritmo. Porque si no lleva tiempo, entonces no se ha perdonado.
¿Qué esperamos después de una ofensa? Lo más probable es una explicación sobre su verdadera causa, para entender y ayudarnos un poco a resignificar esta experiencia. Sin embargo, esto no siempre sucede.
Entonces la asimilación de la experiencia indignante queda totalmente en manos de quien la recibe y solo esa persona pueden decidir qué hacer con ella.
Será, dependiendo de la gravedad de la ofensa, un camino sinuoso por recorrer, para poder lograr el perdón.
Será necesario para comenzar, reconocer la emoción que se generó tras la ofensa, por más incómoda que esta sea, para entonces decidir cómo actuar. Y tal vez con un poco de ayuda y mucho trabajo, el proceso de perdonar se convierta en una acción que nos ayude a acomodar o resignificar la experiencia vivida.
Pero cada proceso de acomodación, merece su tiempo, y como el tiempo por sí mismo no ayuda, será necesario trabajar en él de manera consciente e intencionada, sin saltarse nada, ni un solo paso, ni siquiera justificando los motivos del ofensor. Debe pasarse por cada momento o etapa de este duelo, acomodando, reacomodando y resignificando la experiencia, las veces que sea necesario hasta que el evento quede adecuadamente dimensionado. Siempre se tiene ese poder.
Perdonar es un asunto de dos, pues no existiría una ofensa sin alguien que la lleve a cabo. Y también el ofensor tiene su historia.
Los motivos que lo han llevado a actuar y lastimar al otro, son también tema de trabajo. Pues como cualquier ser humano tiene experiencias y heridas que sanar. Eso sólo lo sabe él. Sin embargo, ya sea que intencionadamente o sin pensar haya ofendido a alguien, siempre podrá reflexionar en ello y asumir su responsabilidad, y tal vez con culpa o vergüenza, podrá pedir una disculpa, quizá dar una explicación, y aprender también de esta experiencia.
Por lo que el acto de pedir perdón y perdonar puede ayudar en el proceso de sanación de ambos actores. Tanto descubre el ofendido una herida sin sanar y trabajará en ello para su propio crecimiento, como identifica el ofensor también un complicado lado oscuro que deberá explorar y alumbrar.
Sin embargo, perdonar no significa necesariamente un reencuentro con el agresor, pues es importante identificar el peligro en el podamos estar si nos quedamos cerca. Es solo acomodar la experiencia y decidir si continuar o no, con la relación.
Porque el perdón es para quien lo concede, y no para quien lo recibe, porque es posible tener presente que todos, y a veces sin compasión, nos lastimamos y lastimamos a otros también. Porque a pesar de que vivir es difícil para el ser humano, cada día podemos aprender diferentes y muy variadas maneras de acomodar y resignificar cada experiencia que hemos vivido, y recibir los beneficios de llevar a cabo esta tan noble tarea del corazón.
Porque, ¿cuántas veces puedes redecorar una habitación? Las mismas veces que puedes resignificar tu historia.
Y RECUERDEN, TODO SALDRA BIEN AL FINAL. Y SI LAS COSAS NO ESTAN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.