Nuestra querida Sor Juana Inés de la Cruz, no estaba tan equivocada. Siempre puntual y siempre acertada. Una mujer, cabe decir, que también sufrió las consecuencias de esta masculinidad tan indeseada.
Los hombres, los varones, todo un tema, un interesante tema de vida. Una invitación al análisis, a la introspección y sobre todo al cambio.
Por siglos, y literalmente desde tiempo inmemoriales, la presencia del hombre es todo un suceso. Es el fuerte, el listo, el decidido, el poderoso, el que manda, el jefe y el líder de la manada. Alguien que todo lo puede, que nace con la sabiduría para resolver todos problemas, que nace sabiendo ser fuerte y muy inteligente, que nace sabiendo proteger y luchar, dando seguridad y confianza a quienes le rodean. La consigna es…Nunca fallar.
Eso y más se espera de un varón, lo masculinamente misterioso. Porque sobre sus hombros cae una pesada lápida, una carga difícil de llevar. Miles de expectativas se tienen de él, mucho antes de nacer.
Al mismo tiempo, un poder casi divino, se ha insertado en sus almas. Pues además de esperar tanto de ellos, también se les ha dado más libertad, muchos beneficios, la posibilidad de dominar a todo aquel que se le presente más débil, tomando el control y violentando los derechos que por naturaleza le fue dado al ser humano, sea hombre o mujer.
Y de repente esta posición se ve amenazada por una rebelión femenina, un deseo incontenible de libertad, de tener un control que, si bien siempre ha tenido, las mujeres ignoran y siguen exigiendo. Pues ningún secreto es, que las hembras, así de territoriales que son, también poseen la capacidad de dominar, cuidar y controlar, pero de formas diferentes, todo lo que desean.
Las creencias con las que un varón ha sido criado, le resultan ventajosas y al mismo tiempo limitantes para convertirse en un ser humano pleno. En un hombre que puede integrar y expresar sus sentimientos y emociones, así como los vaya percibiendo.
Durante siglos ha existido una lucha de sexos, de géneros, posicionándose a unos por encima de otros, hombres luchando por dominar a las mujeres. Mujeres luchando por evitar ese dominio y obtener tantas ventajas en la sociedad como aquellos ante quienes se han sentido sometidas. Una lucha perpetua y a veces absurda, pues en ocasiones, ni unos ni otros saben con claridad lo que tienen o lo que necesitan. Una lucha que agota y que parece no tener tanto sentido, pues cada uno siempre ha sabido el lugar que tiene en la naturaleza.
Sin embargo, parece que esta lucha ha traído beneficios claros para ambas partes. No tanto por el hecho de recibir más o mejores beneficios, sino por el hecho de que, mientras se piensa y se reflexiona sobre “libertades e igualdad”, se llega aunque de manera no intencionada, a un ejercicio de introspección personal, un ejercicio íntimo, en el que se descubren las propias historias de vida complicadas y dolorosas, y que de otro modo, así como por arte de magia, no podríamos ni si quiera recordar, manteniendo la fantasía de que alcanzando los mismos derechos unos y otros, esta historia cambiará. Pues lo que cambia no está fuera, sino dentro de cada uno de nosotros.
Y luego, después de tanto esfuerzo, se ven los resultados. Hay algunos logros, ideas cada vez más claras de igualdad en cuanto a derechos, pero las costumbres, la cultura, lo aprendido dentro del sistema, continua. Se mantiene en lo más profundo del inconsciente de los varones, y desde ese lugar, sigue pugnando por imponerse y mantener la homeostasis y la lealtad hacia los suyos, los hombres de mi familia.
Los varones, no tienen fácil la tarea, pues requieren más esfuerzo para nivelar la balanza, para participar y ayudar en este proceso de mantener el orden y la igualdad.
En casi todas las culturas se ha aprendido que el varón tiene el control y es quien debe proteger a la manada, por fuerte, por rápido o por creer que es el más capaz para resolver problemas.
Pero, ¿cuál ha sido el precio y el secreto?
No es difícil saber que, en la mayoría de los casos, es una mujer quien ha criado a sus hijos, niños y niñas, y es la madre, en estos casos, quien refuerza la idea de que el hombre debe ser visto y tratado como el monarca, que el patriarcado debe mantenerse, marcan fuertemente las diferencias entre hermanos, entre hijos e hijas, limitando paradójicamente, el cambio que como mujeres tanto desean.
No es necesario generalizar, pues cada caso y cada historia es única y así debe verse siempre, tomando en cuenta los cambios que cualquier ser humano necesita para crecer y encontrar el verdadero sentido de su existencia.
Sin embargo, la realidad nos supera, diferencias en el trato, en la expresión, en la toma de decisiones, en el pago por un empleo, en las oportunidades de superación, todavía están a favor de los hombres. Y al mismo tiempo, ellos también deben asumir las consecuencias de estas ventajas aparentes.
Dejar de expresar miedo, sufrimiento, limitaciones, o cualquier situación que les genere inseguridad, les impide llegar a la congruencia y la plenitud que también necesitan. Y todo esto, provoca alteraciones en sus relaciones personales, en su salud emocional, en su desempeño laboral, en toda su vida.
Sin embargo, después de tanto trabajo, sea por los derechos de la mujer o por cualquier otra razón, mucho se ha logrado.
Las mujeres descubren su fuerza, reconocen el poder que siempre han tenido y ponen en acción todo aquello que se había quedado dormido por tantos años. Y los varones por fin pueden aprender a expresar sus emociones, integrarse más a las actividades de la vida familiar, a pensar, vestir, o actuar de manera diferente, y que muy lejos de lo que aprendieron, se dan cuenta de que esto les fortalece y les da la seguridad y confianza que tanto anhelaban, aun cuando tengan que pagar el alto precio de cuestionar tantas creencias inculcadas en su familia de origen y ser quizá, el traidor de su linaje.
Las nuevas masculinidades, no son otra cosa que el despertar de muchos hombres a la realidad, descubriendo las bondades de expresarse, de participar, de trabajar en equipo y de recibir también los beneficios de aprender de las acciones y actitudes de las mujeres.
Hoy por hoy, para muchos caballeros, el participar y colaborar en el hogar es una tarea como cualquier otra. Se resignifican sus roles y no se deteriora su imagen o valor, solo se aprende más, ejercitan su cerebro, fortalecen habilidades cognitivas y emocionales, y generan en consecuencia, maneras más creativas de resolver problemas y crecer.
Un hombre que llora porque sufre, no es menos hombre ni menos valioso, un hombre que siente y expresa miedo, sigue siendo valiente, un hombre que limpia y ordena su hogar aprende nuevas formas de organizarse, un hombre que participa con igual compromiso y dedicación en la crianza de sus hijos, puede también formar sin lugar a dudas, seres humanos fuertes, capaces y amorosos.
Algo que el mundo y la humanidad necesitan con urgencia.
Y RECUERDEN, TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL, Y SI LAS COSAS NO ESTÁN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.