Sin entrar en detalles de filias y fobias hacia pasadas gestiones políticas en el municipio de Puebla, un hecho sí merece mencionarse: han ocurrido verdaderos atentados contra las bibliotecas públicas.
Baste recordar que hasta 2011, dependientes de la Secretaría de Cultura, había cinco de ellas: una, ubicada en Casa de Cultura; otra en San Pedro Museo de Arte; otra en el BINE; una más en el Instituto Cultural Poblano; y la última, con nombre de expresidente de la república, en el barrio de San Francisco.
De repente, a cuatro de ellas las borraron del mapa, y sólo perduró la del BINE, gracias a que ahí mismo se encargan de su manejo.
La Junta Auxiliar de Zaragoza no escapó a tal atentado. Ahí se había fundado una biblioteca pública. Pero llegó una nueva administración municipal, y le cambió el nombre y los colores de identidad. Luego llegó una más, y le quitó el nombre y volvió a cambiarle los colores de identidad, pero a medio trienio la cerró y fundó un consultorio dental dizque popular.
Hoy, en la administración de Eduardo Rivera, parece que la cordura vuelve (aunque no el prurito de cambiar los colores de identidad), y al parecer se reabre como biblioteca. Lo cual me parece excelente.
De hecho, en cada una de las juntas auxiliares (en lugar de pretender desaparecer éstas) deberían de fortalecerse las bibliotecas públicas. Y además, convertirlas en centros de lectura, no de consulta de tareas, como generalmente ocurre.
El truco está en que desde la Secretaría de Cultura, que, supongo, seguirá coordinando la red de dichas bibliotecas, se reactive la campaña de credencialización para préstamos de libros a domicilio y se promueva la lectura.
Por lo pronto, es buena señal que ya se esté alistando la apertura de la que está en la Junta Auxiliar de Zaragoza, donde, dicho sea de paso, lo que se ha abierto a pasto son los botaneros.
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Lic. en Letras españolas egresado de la BUAP, escritor, autor de cerca de 40 libros.