A contramano
Ricardo F. Macip
Con los privilegios que conlleva publicar una columna de opinión viene la responsabilidad de no invadir el espacio de los profesionales del periodismo y la comunicación. Tanto las noticias, reportajes como la crónica del día a día y su análisis corresponden a ellos. Las columnas pueden añadir densidad o tratar de ponerlas en otra perspectiva, pero no han de pretender sustituirlas. Cada columnista va definiendo por ensayo y error aquellos temas y escalas en que se siente mejor para con ello contribuir a la deliberación en la esfera pública, en tanto componente esencial de ese espacio de moderación entre la sobre-determinación antagónica, articulada o cómplice de Estado y mercado. Con tales advertencias es que me propongo llamar la atención sobre la relevancia del simulacro como elemento consustancial de la política iliberal contemporánea.
Por más de un año el lector de la prensa, radio escucha o audiencia televisiva y de medios emergentes en México, ha ido recibiendo noticias sobre la iniciativa política de la revocación de mandato. Dependiendo de su interés o capacidad de retención podrá recordar cómo es que ésta se planteó por la coalición gobernante con la intensión para concurrir con las elecciones de 2021 sin éxito. Igualmente, que los jaloneos en los poderes legislativo y judicial lograron acordar su efecto para la primavera del 2022 y que, siguiendo los calendarios de religión cívica y confesional mayoritaria, se efectuase el diez de abril. Fecha en la que huelga decir se conmemora el asesinato de Zapata, pasando de líder del ejército del sur a mártir revolucionario de aquellos mexicanos a los que su pasión convenza y que este año coincide con el Domingo de Ramos. La feliz coincidencia de ambas no lo es en tanto día propicio para lo que se busca lograr. También se puede tener una posición sobre cómo se le regateó al Instituto Nacional Electoral (INE) el presupuesto necesario para su cabal puesta y ejecución. Habrá quiénes coincidan que la instalación de casillas y demás tareas del INE merecen recortes, otros que ven en él el garante de la democracia (de baja calidad) con la que se dirime qué cuadros de élite gobiernan y la mayoría puede ser ambivalente.
En sí la participación en la revocación no ha generado los acalorados debates familiares y amicales que la celebración de elecciones acarrea. Quién haya decidido participar lo hará a modo propio aún siendo militante de partidos y movimientos. Puede ser que esas organizaciones le conminen o exalten pero no parece haber mucho en juego a nivel de los grupos cotidianos en que interactuamos. Por una parte, esa sociedad política ha fijado posturas muy claras. La del grupo gobernante que es un deber moral con el líder y como tal puede quedar en una llamada de campanas a misa. Complementariamente, la alianza opositora desalienta tanto como puede, jugando a estar más cerca de la otra parte: la autodenominada sociedad civil. Y es a través de esta última que denuncia una farsa, pero debe decirse es una en la que han participado y negociado por más de un año mostrándose alternativamente como alianza de partidos u organizaciones de la sociedad civil.
Ahora, el resultado sí importará pues dependiendo de él es que el grupo gobernante puede expandir, mantener o ceder espacios de control y dominio. De los presumidos treinta millones logrados en el 2018 y que se contabilizan como patrimonio con el que el líder y movimiento cuentan, se sabrá cuantos se han consolidado como “voto duro”. Sin embargo, lo importante es que la revocación ocurrirá. Con todos sus problemas, contradicciones, inconsistencias e insuficiencias, pero tendrá lugar. Y ahí radica el simulacro. Se sabe que la aplicación de la ley no es retroactiva por lo que en el remoto e improbable caso de un revés no habrá efecto, como también que se antoja imposible se logre la meta mínima vinculatoria, mucho menos que pueda torcerse para sobre el resultado avanzar con la extensión del mandato más allá del sexenio o reelección como se imputa es el plan. Simplemente se habrá vaciado de significado el término revocación mismo y lo que se tendrá es un simulacro como sustituto de democracia participativa. Y ese simulacro no es banal ni intrascendente. No lo es porque es justamente el lenguaje político de una formación iliberal en que todo es negociable al margen de la ley. Comenzando con la plasticidad de ella de acuerdo con la desmesura imperante.
rfmacip@alberto-arcega
Foto: Especial