Atinente a las semillas. Así de manera sucinta puede definirse lo que en sí es un principio de organización, aprendizaje y propagación de ideas. No que hayan desaparecido en las labores agrícolas, pero en ellas se ha ajustado su nomenclatura. Sea en ámbitos eclesiásticos o seculares, el seminario precede a la institución mayor, usualmente “la” universidad, en que se les sigue cobijando. No todas las universidades los permiten, siendo también un indicador de su orientación. Aquellas más identificadas con la industria o con el servicio público tienen menos espacios y uso para ellos; son las que cultivan la universalidad del conocimiento, como su nombre les obliga a dignificarlo, donde podemos encontrarlos aún. La razón de su presencia o ausencia es que los seminarios demandan la mayor generosidad, que simplemente no todas las instituciones están en condiciones de ofrecer. Eso en tanto no son reducibles a cursos ni a que se enseñen en ellos competencias simples. No otorgan créditos para sumar y canjear por requisitos para obtener grados. Un seminario no se restringe, aunque transcurra en ellos, a los semestres, cuatrimestres o trimestres. Tampoco puede limitarse su participación sólo a estudiantes inscritos o profesores afiliados a un programa o institución. De hecho, supone la participación informada, sostenida, y dirigida de generaciones para prosperar y florecer.
Menciono esto porque esta semana salió publicado en una revista académica internacional (DIALECTICAL ANTHROPOLOGY) un número especial producto de un seminario (Poder, clase y cultura) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Pensado para una audiencia amplia, allende los linderos cotidianos, los artículos están en inglés. Son acerca de México o como su título reza “sobre formaciones mexicanas”. Comparten una base teórica en el marxismo, particularmente las interpretaciones que de la obra de Antonio Gramsci se han hecho para la antropología en tanto ciencia política. Son una discusión largamente cultivada en pos de interlocución. Antes que resumirlos me interesa ponderar cómo es que el número especial fue posible por el trabajo del seminario. La idea de ofrecer a lectores interesados fuera de la ciudad y comarca, el país y las mares que nos unen o separan de otros seminarios en universidades fuertes fue planteada por el Dr. Luis Vázquez León (1951-2021) en 2019.
En una de sus visitas a la ciudad y Universidad, nos mencionó que teníamos ya lo que él consideraba una discusión madura. Tras ponderarlo, decidimos aceptar la sugerencia y organizarnos para ello. Antes que detallar cómo se integró el número y los artículos con sus coautores, cabe destacar su horizonte temporal pues todo significado es histórico. El seminario inició formalmente en enero del 2003 y entre esa fecha y el presente se pueden identificar varios periodos cortos. Algunos de ellos produjeron libros editados, artículos individuales en revistas especializadas y un número nada despreciable de tesis de grado, así como la postulación a grados avanzados en otras instituciones en México y el extranjero. He mencionado ya que tanto la revista como el seminario entran dentro de la tradición intelectual del marxismo y por consiguiente no han gozado de popularidad en las últimas tres décadas. De hecho, es hasta ésta que parece haber un interés genuino en lo que algunos llamarán su “resurgimiento”, sin que estrictamente lo sea. Así que tanto los años de su crisis entre 1989/91 y el presente informan poderosamente lo que ha sido descalificado, vilipendiado y defenestrado por pereza mental y alienación en el “Fashion Club”. “Superado”, “trasnochado”, “Kaputt”, son tres de las palabras con que se quiso sofocar su enseñanza y cultivo. No por autoridad académica o gubernamental ninguna, conspiración internacional o tradicionalismo alguno. Simple y llanamente por la estulticia inherente a la producción de grados en serie. La mayoría de los contribuyentes al número nacieron en los ochenta, por lo que en su caso no cabe acusación posible de nostalgia o atavismos.
En el seminario es esa cuenta larga, de poco más de treinta años, la que nos permitió entender el dinamismo de los cambios del presente. No hubo fin de la historia ni como apuntó Hegel para el espíritu protestante en la formación estatal a la que él contribuyó decididamente, como tampoco en la infeliz apropiación sensacionalista por Francis Fukuyama para el mundo unipolar estadounidense. Lo que ofrecemos es el estudio de ideas que estamos convencidos contribuyen a lecturas e interpretaciones no sólo válidas sino productivas de las transformaciones del estado mexicano. Por casi dos décadas las hemos cultivado y los logros están para ser debatidos. A ellos se suma la aparición del número. Se dirá con toda razón, que esa es nuestra obligación y lo aceptamos. Sin importar las condiciones de creciente adversidad para la investigación y la involución de los mercados laborales académicos, cumplimos con nuestro deber. La razón de mencionarlo es que justamente se hizo con la idea de desafiar lo que se establecía como “única sopa” o “juego único en el pueblo”, que se ha ido alternando entre posmodernos y tecnócratas desde el inicio de la década de los noventas del siglo XX. En tanto sabemos a ambos les encanta el conteo de “indicadores” a “visibilizar”, nueve de doce de los contribuyentes son egresados de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (cinco de ellos con dos grados en la misma), ocho de doce son menores de cuarenta años al día de hoy, y cinco de doce son mujeres. La movilidad entre grados, los diálogos entre generaciones, y la paridad de género, se asumen con la mayor responsabilidad y rumbo. Lo que es más, nos permitió ir del seminario a una red de investigación que ambos grupos (“posmos” y “técnos”) consideran “nivel superior”. Quién desee leerla para discrepar y cuanto admita, puede descargar los artículos del sitio de la revista desde una suscripción institucional que aparece al calce.
https://link.springer.com/journal/10624/volumes-and-issues/46-2