Marco Alejandro Ramírez Medina
Elvis Presley murió abrazando un libro. Una muerte inusual para una estrella de rock y más aún si consideramos que el título de la obra era “La búsqueda científica del rostro de Jesucristo” escrito por Jack O. Adams en 1972.
Antes de comenzar con la historia del mal llamado rey del rock, -apodo que él mismo despreciaba-, me vienen a la mente dos muertes similares: la primera fue la del conquistador macedonio Alejandro Magno, quien guardaba bajo su almohada “La Ilíada”, obra que su maestro Aristóteles le regaló con anotaciones de su propia mano. En cada batalla Alejandro llevó consigo ese libro, -que literalmente custodió hasta el fin del mundo-. El segundo deceso corresponde al médico y revolucionario Ernesto Ché Guevara, quien amaba la poesía, no épica, sino romántica; cuando fue capturado por la CIA, encontraron en su mochila uno de sus tesoros más grandes: “El Cuaderno Verde”. Se trataba de una antología de poesía latinoamericana que incluía a César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y otros poetas extraordinarios… Grandes libros y grandes hombres que, como cualquier ser humano, buscaron hasta el final de sus días el mayor desafío: darle un verdadero “sentido” a la vida.
En el caso de Elvis Presley, pues es de quien hablamos, también trató de encontrar su propósito, pero a través de la música y algunos libros. Y es que desde su nacimiento se vio marcado por la fatalidad: su hermano gemelo Jesse, murió al nacer, dejando a Elvis con un sentimiento de soledad y remordimiento por el resto de sus días. Sintiéndose miserable por creer que le había arrebatado la vida a su hermano gemelo, Elvis se refugió desde pequeño en la música góspel. Por si te suena familiar ese término, es un género musical religioso que deviene de “Godspell” (que puede traducirse como “Palabra de Dios” o “Anuncio de Dios” e incluso, hasta “Energía de Dios”). Y vaya que fue un género enérgico; renovó la música religiosa y representó un símbolo de “Esperanza” para la raza afroamericana que había sido víctima de la esclavitud siglos atrás en los Estados Unidos.
Aquellos músicos “de color” realmente sentían lo que cantaban por eso atraían a nuevos adeptos a las iglesias, quienes se conmovían hasta las lágrimas al escuchar las apasionadas interpretaciones que hacían de Los Evangelios. Daba la impresión de que Dios hablaba por medio de aquella raza excluida. Por supuesto, entre aquella multitud de espectadores se encontraba un joven Elvis Presley quien anhelaba cantar como aquellos ángeles.
Desde el principio, Elvis supo que los verdaderos fundadores del rock fueron Chuck Berry, Fats Domino y Little Richard, (todos ellos de origen afroamericano). Pero más allá de esa obvia aclaración, es momento de hacer una precisión histórica. Detrás de todos esos “Padres del rock” hubo mucho antes, una mujer. Una “Madre” o una “Reina del rock”. Su nombre fue Sister Rosetta Tharpe, (te invito a que la busques en Spotify o en YouTube). Léanlo bien: ella portaba “una guitarra eléctrica” antes que ningún otro artista de rock y además podía tocar Góspel, Soul, Blues e incluso Jazz, e introdujo sus riffs eléctricos en sus alabanzas religiosas, ante la mirada atónita de los feligreses. Fue su amor hacia Dios y a la música, lo que hizo que desafiara todas las convenciones de la época. Esta es una reivindicación hacia la mujer debería hacerse cada vez que se habla de las raíces del rock n roll. Led Zeppelin, Johnny Cash, Nina Simone, Van Morrison y el mismo Elvis Presley interpretaron sus temas y siempre la reconocieron como la verdadera pionera no sólo del Soul o del Góspel, sino incluso, del Jazz y del Blues ¿Ahora entiendes por qué Elvis detestaba el apodo del rey del rock? Siempre fue consciente de que su aportación había sido mínima y concedía todo el mérito a sus antecesores. Por otro lado, decir que Elvis fue un intruso también sería injusto pues sería como pensar en la actualidad que Eminem no merece su fama por ser un blanco en un género creado por los afroamericanos.
Lo cierto es que Elvis nunca se imaginó que al grabar una canción llamada “My happiness” como regalo de cumpleaños para su mamá, un hombre llamado Sam Phillips dueño de los estudios Sun Records, lo descubriría y lo proyectaría sin quererlo, hacia la inmisericorde industria musical. El éxito y reconocimiento que Elvis debió compartir con todos los héroes del rock que le antecedieron, lo obtuvo para sí mismo. Pero en el pecado llevaría la penitencia; la sociedad americana, lo convirtió en producto de consumo y desecho. Primero lo hicieron estereotipo de rebeldía, pero se apresuraron a enlistarlo al Ejército; enaltecieron sus movimientos lúbricos, pero luego lo condenaron por exhibicionista; admiraron su silueta perfecta, para que después lo condenaran por su aspecto obeso. En fin, la hipocresía norteamericana.
Manipulado por un manager abusivo, Elvis se vio forzado a rodar películas insulsas y ofrecer conciertos interminables. Sin quererlo había vendido su alma. Y tras la muerte de su madre, enloqueció de tristeza. Contrario a lo que se puede imaginar, Elvis fue un hombre profundamente solitario, y en el punto más álgido de su fama, se encontraba perdido.
Entonces inició la búsqueda espiritual a través de cierta literatura indefinida y variopinta. Todos los biógrafos del ídolo de Mississippi coinciden en afirmar que Elvis había sido un lector voraz, que había leído más de mil libros y que viajaba con una biblioteca personal de 300 libros, los cuales consultaba una y otra vez. Su hija, Lisa Marie Presley, (quien fuera esposa de Michael Jackson) narra que los libros con el mayor número de anotaciones fueron los libros de mística tibetana como “La voz del silencio” de H.P. Blavatsky, “El Profeta” de Khalil Gibrán, “La Autobiografía de un Yogui” de Parahamsa Yogananda, además de algunas obras de Timothy Leary sobre el uso sustancias como el LSD y obras de ciencia ficción, entre las cuales destaca “Las puertas de la percepción” de Aldous Huxley, la misma obra que inspiró a Jim Morrison a bautizar a su banda como The Doors.
Pero aquella desordenada búsqueda de “sentido espiritual”, llevó a Elvis entrar en un conflicto interno. Para “ayudarlo”, su peluquero Larry Geller lo introdujo además en una nueva filosofía oriental y a la práctica del Kung Fu. Le llevó a un instructor de Artes Marciales a su casa en Graceland para que, con el ejercicio, pudiera mejorar su inconsistente salud. Incluso la esposa de Elvis, Priscila, se sintió entusiasmada con la práctica del Kung Fu, (y también con el apuesto instructor, con quien tuvo un romance que sumió a Elvis aún más en la depresión).
Pero el encopetado rockero nunca fue una víctima, el exceso de comida chatarra, el abuso en el consumo de drogas y de noches enteras en las que elencos completos de bailarinas de las Vegas dejaban a un lado sus presentaciones para pasar la noche con Elvis, hicieron mella en su decadente estado de ánimo. Luego de abominables resacas, Presley ansiaba recuperar la energía que solo el Góspel le había dado años atrás. Necesitaba su alma de vuelta.
Para explicar el retorno del Rey, es preciso hablar de un súper grupo de chicas. Se hacían llamar Sweet Inspirations, ellas crearon uno de los grupos de soul y góspel más increíble que te puedas imaginar. Las Sweet estaban conformadas por la magnífica cantante Doris Troy (corista de Pink Floyd en el legendario tema The Great gig in the sky) y su sobrina Cissy Houston, (mamá de Whitney Houston), las hermanas Dionne y Dee Dee Warwick; la angelical Myrna Smith y la poderosa Estela Brown. Este grupo de coristas fueron quienes salvaron a Elvis de la desgracia, pues al escucharlas cantar Góspel (el género que lo había inspirado desde niño), sintió su alma de vuelta junto con su inspiración y voluntad. Con la llegada de este súper coro, Presley marcó la época final de sus días y retomó aquella energía perdida. “Nunca más cantaré una canción en la cual no crea, nunca más haré nada que realmente no crea”.
Este mes se cumplen 45 años de que Elvis fue encontrado muerto en su casa aferrado a un libro que a los médicos forenses les costó trabajo retirarle de las manos.Al final, Elvis encontró el sentido de su vida tras perderlo todo. En sus últimos días evocaba aquellas mañanas en que iba con su madre a la iglesia a escuchar góspel. Y cuando se enteró que el gran luchador social y líder de los afroamericanos Martin Luther King había sido asesinado, Elvis le cantó uno de sus mejores temas: “If i can dream”, que es un himno de hermandad quizá superior a Imagine de Lennon. En el que plasmó su vida en las siguientes estrofas: “Estamos atrapados en un mundo afligido por el dolor, pero mientras un hombre tenga la fuerza para soñar podrá redimir su alma y volar” …