Por Gloria Centeno
Han pasado 40 años, o más quizás, desde que, desde mi posición de firmes, a un paso de distancia de los 4 compañeros más cercanos, escuchaba decir con voz más nerviosa que solemne, las frases que cada lunes se repetían al iniciar la mañana: ¡Atención! ¡Firmes! ¡Ya! ¡saludar! ¡Ya! Muy buenos días tengan todos los presentes…
El recuerdo ahora se confunde con el presente, pues me encuentro en unos honores a la bandera y tal pareciera que el tiempo se quedó suspendido a la hora de realizar este homenaje cívico en las escuelas, casi puedo ir recitando en mi mente las palabras que a continuación se pronunciarán: “Entonemos con orgullo, nuestro Himno Nacional”. Y en ese momento me hago consciente, con cierto asombro, de que, al cabo de 4 décadas, se siguen usando los mismos tiempos, las mismas palabras, los mismos ademanes, que desde el inicio de los tiempos académicos han sido parte de un protocolo cuya finalidad es forjar el carácter cívico entre el alumnado y promover el sentimiento de pertenencia a una Patria, desde la práctica de los valores cívicos. ¿Pero qué sucede cuando lo que estamos viviendo día con día en la sociedad dista mucho de tener ese ideal de civilidad que se pretende fomentar desde una ceremonia cívica? ¿Dónde quedan las efemérides, ante las cifras de desaparecidos en nuestro país? ¿En qué giro perfecto de la escolta se perdió el sentido del bien común? ¿Las estrofas del Himno Nacional se han cambiado por consignas de fifís o chairos? Opino que no tiene sentido preservar protocolos que se han conservado en la forma, pero que han perdido el sentido profundo del fondo, de las personas, de las nuevas formas de aprender, de entender, de SER.
Bien se dice, que si quieres resultados diferentes debes hacer cosas diferentes; considero que en este caso aplica perfectamente, pues el concepto de civilidad no es algo que se aprende solo saludando a la bandera con un ademán digno del mejor de los cadetes, sino vivenciando y resignificando cada uno de estos actos, para que las nuevas generaciones le den el sentido ético, humano y profundo, que representa el convivir en sociedad y contribuir con cada acto al funcionamiento adecuado de la misma.
Sin el afán de parecer una mente subversiva, pero sí con el mayor de los ánimos de reflexionar seriamente sobre este hecho, es que decido tomar el tema como punto de reflexión, pues parafraseando a Gustav Mahler, la tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego; y en este acto cívico mecanizado y poco reflexivo –a mi parecer-, puedo ver como las instituciones educativas contribuyen –intencionalmente o no- a que las generaciones actuales permanezcan a la sombra de las cenizas del pasado, olvidando que es el fuego el que ha mantenido a nuestro país de pie.
Tehuacán, Puebla, noviembre 2022.