Recuerdo que en los años 2000 visitaba cada fin de semana la Ciudad de México para cursar un diplomado de Periodismo Económico en el ITAM.
La línea 3 que te lleva a Dirección Universidad sí iba un poco saturada de estudiantes, pero en realidad era manejable.
Los trenes estaban en buenas condiciones y los andenes eran seguros.
Si bien la Línea 1, la rosa, tenía muchos usuarios debido a los pasajeros que llegaban a la Tapo buscando conexiones, pues insisto, era aceptable.
La Merced siempre ha sido olorosa, pero no pasaba de aguantar a la siguiente parada para dejar de percibir la cebolla.
Caminar por Miguel Ángel de Quevedo y echarte horas viendo libros en la Gandhi era una toda una experiencia.
Aún más: me maravillaba ver la cúpula celeste en los pasillos del transbordo de la 3 a la 5.
Hoy, 22 años después, la realidad es espantosa.
El sistema Metro se detuvo en el tiempo. No se modernizó y la infraestructura no recibió mantenimiento. El subsidio populista del PRI tampoco ayudó.
No hay nuevos carros que sustituyan los que se estrenaron el 4 de septiembre de 1969 y que fueron la sensación, porque se importaron de Francia y además de bonitos tenían alta tecnología.
Hoy, la saturación, la inseguridad ante asaltos cotidianos, el olor y la repetición de accidentes hacen inviable el sistema Metro.
Lo entendieron los gobiernos e inventaron los Buss Rapid Transit con el Metrobús que se ha convertido en una buena alternativa, pero insuficiente.
Los recientes accidentes nos deben hacer poner un alto en el camino y el gobierno de la CDMX debe reconocer que es inviable: que el Metro es un desastre.
Así como va camina derecho por un túnel al despeñadero.
El 7 de enero pasado murió una persona y 50 resultaron lesionados. Varios de ellos, graves.
El 4 de mayo se cayó una trabe elevada de la línea 12 y fallecieron 25 personas.
En 2020 trenes de la línea 1 chocaron en Tacubaya y murió una persona.
En 2015 en Oceanía, hubo 12 lesionados con otro percance.
El accidente más grave fue en 1975, cuando murieron 31 personas en Chabacano.
Es un cúmulo de percances, pero lo que vemos hoy es inaceptable por la incapacidad del gobierno de Claudia Sheinbaum de atajar el problema y solucionarlo en el mediano plazo. Y con las prisas de la campaña fuera de los términos de la ley electoral, pues menos.
Y eso significa una bomba de tiempo que arriesga la vida de 4.6 millones de pasajeros que se trasladan a diario en este sistema de transporte.
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