Blanca Alcalá Ruiz
El mes de marzo nos permite reencontrarnos con varias efemérides relevantes para los mexicanos. El 18, la expropiación petrolera; el 21, el natalicio de Benito Juárez. Fechas ambas de connotaciones importantes en el calendario cívico, y con resonancias muy particulares por el momento que vive México. Cuando, con asombro creciente, observamos decisiones en materia energética que, cobijadas en un discurso de supuesta soberanía, golpearán severamente la economía ya endeble de los mexicanos.
El recordatorio del natalicio de Juárez ocurre cuando, en la esfera pública, se generan graves amenazas al equilibrio y respeto entre poderes, a la democracia y al mismo Estado de derecho. Quiero detenerme, sin embargo, en la conmemoración del 8 de Marzo. No por hacerlo a destiempo, sino porque justo.
Estimo que parte del problema es que la fecha y las razones que la motivaron necesitan aún trascender la conmemoración y, sobre todo, impactar positivamente en sus protagonistas, las mujeres. Este día ha venido tomando relevancia de algunos años a la fecha, sin duda. La cita siempre ha sido importante para conmemorar las reivindicaciones de la población femenina y sus derechos en todo el mundo. No obstante, no han faltado quienes, en el pasado, quisieron convertir el Día de la Mujer en otro 10 de mayo, “celebrándolo” con desayunos e, incluso, obsequiando flores, pensando que con ello se saldaba la cuenta de desigualdad e injusticias que las mujeres viven cotidianamente.
Este 2021, en contraste, el 8M tuvo un carácter especial. Primero, porque hace un año la marcha de miles de ellas y el famoso “Día sin mujeres” calaron hondo en el imaginario colectivo, y ayudaron a visibilizar lo que una sociedad patriarcal se niega a reconocer: violencia en los hogares, incremento en las cifras de feminicidios, salarios diferenciados hasta en más de 28% respecto a los mismos puestos de trabajo que los varones, cancelación del Gobierno federal de numerosos programas de beneficio para ellas y sus familias (Prospera, estancias infantiles, refugios para mujeres, etc.), y, en especial, la impunidad que prevalece frente a los agresores de víctimas que ya se contabilizan en cientos. Víctimas que pertenecen a todos los estratos sociales y que han sufrido violencia en las más diversas circunstancias: una joven saxofonista, alcaldesas en funciones, madres de familia dedicadas a las labores del hogar, estudiantes y menores de edad cuyas dolorosas muertes han conmovido a la sociedad.
Otra razón que distingue las conmemoraciones de este mes, próximo a concluir, es que hace un año oficialmente se declaró la pandemia por la Covid-19 que ha azotado al mundo. En el caso de México, uno de los países con peor manejo de la crisis sanitaria, esto ha representado, a la fecha, más de dos millones de contagios y alrededor de 195 mil muertes. Un vistazo al ranking en materia de resiliencia en el mundo, desarrollado por Bloomberg, ha colocado a nuestro país en el último lugar de entre las cincuenta y tres naciones analizadas; después de considerar variables como tasa de mortalidad (11.1 %), tasa de positividad (28.6%), y el bajo acceso a las vacunas (apenas 1.36 personas por cada 100).
Las restricciones impuestas por la pandemia han impactado la movilidad de las personas, y han motivado la adopción de medidas de distanciamiento social, así como el confinamiento en casa con severos daños a la salud y a la economía de las personas. También han traído consigo impactos diferenciados entre los diversos sectores sociales y particularmente entre géneros. Para las mujeres, es visible el deterioro de la de por sí frágil condición en que se encuentran. Ello a pesar de que su papel ha resultado imprescindible en la primera línea de la crisis. El 74% de quienes trabajan en el sector salud son mujeres, quienes además se convirtieron, en 98% de los casos, en cuidadoras de enfermos, y maestras en los hogares. Sin embargo, han resultado ser las primeras víctimas del desempleo o de la reducción de salarios en las tiendas departamentales, y damnificadas directas de la bancarrota de los pequeños negocios familiares, ubicados casi siempre en la informalidad.
Aunado a ello, desafortunadamente, las denuncias y casos de violencia en los hogares mexicanos se han incrementado. Por ello, pasado el entusiasmo que muchos actores mostraron ese día en favor de las mujeres, resulta necesario preguntarnos: ¿Después del 8 de marzo, qué sigue? ¿Qué medidas deben continuar impulsándose? ¿Qué acciones afirmativas están aún pendientes? ¿Cómo acelerar el ejercicio pleno de nuestros derechos? ¿Cómo lograr la autonomía económica que necesitamos? ¿Cómo apropiarnos de nuestros cuerpos y de la libertad de elegir sobre ellos, sin ser juzgadas o victimizadas? ¿Cómo hacer posible que las mujeres pasemos del confinamiento al empoderamiento?
Me parece urgente que los lemas y propuestas que escuchamos el 8 de marzo prolonguen su presencia y logren efectos para trascender la fecha, y las huellas en los edificios, calles, o en la valla de Palacio Nacional. Sitios que, con el paso de los días, se convierten en testigos mudos e impasibles frente a la rabia, la impotencia y el dolor de las mujeres mexicanas, ignoradas y agredidas.
Aplaudo que los distintos movimientos feministas tengan en claro la necesidad de insistir una y otra vez sobre el tema. Que organizaciones mundiales, como ONU mujeres, CEPAL, tracen posibles rutas para identificar los pasos que permitirán que las mujeres sean escuchadas, pero, sobre todo, atendidas. Es curioso, pero los últimos estudios de estas y otras entidades supranacionales e instituciones académicas aseguran que la recuperación mundial solo será posible si en ella participan las mujeres. Ojalá lo tengamos en mente, y que el color púrpura de la conmemoración se traduzca en acciones reales desde todos los espacios, y a cargo de todos los actores. Y, que en un futuro próximo, haya buenas cuentas que entregar el 8 de Marzo.
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