Ha sido propuesta la idea de que el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra, es decir, que no aprende y que es fácil que repita el mismo error. Lo anterior no es tanto porque nuestra especie sea intelectualmente incapaz, sino, más bien, porque es un animal absurdo, palabra que en su origen significa ‘disonante’ y que, por extensión, podríamos ligar a la idea de ‘disarmonía’. En resumen, el hombre es un animal absurdo por su incapacidad de armonizarse, de sonar armónicamente, con el mundo.
Muchas son las piedras con las que tropezamos, por ejemplo: la familia, las amistades, las emociones, las aspiraciones, el trabajo, etcétera. Sabemos que la sociedad no es más que una masa informe y sustancialmente vacía, más nos empeñamos en imitar sus aspiraciones, principalmente la necesidad de poseer dinero, mucho dinero, pues con éste vienen ligadas ideas relacionadas con el prestigio, el poder, la fama y la felicidad, sin embargo, las anteriores no sólo son piedras con las que constantemente tropezamos, sino que también son cadenas que nos reducen a un estado de miseria y todo por querer destacar ante la informe y vana sociedad.
Creer que nuestra felicidad depende directamente de nuestras capacidades económicas es lo que nos ha llevado a la ruinosa condición laboral en que nos hallamos. El trabajo es, quizás, la piedra más grande que tenemos y con la que más tropezamos. No hay que olvidar que la palabra ‘trabajo’ viene del latín ‘tripalium’ que significa ‘tres palos’ y que éste era un instrumento de tortura. El trabajo, el que comúnmente conocemos, no es más que eso, sufrimiento y hay quienes a pesar de ello se entregan a él con esmero imaginando que algún día conseguirán la tan ansiada recompensa monetaria y, por ende, conquistarán su felicidad, pero no es así. El trabajo, el que impera en términos sociales, no es más que castigo, una piedra con la que tropezamos siempre.
En la mitología griega encontramos un caso de un hombre que, además de tropezar siempre con la misma piedra, está condenado a cargarla, se trata del rey de Éfira, cuyo nombre es Sísifo. El mito describe a este monarca como un hombre poseedor de una inteligencia destacada (el problema no es la ignorancia, sino el absurdo) que constantemente rivaliza con otros hombres de su condición, pero, también, con los dioses. Sísifo deja al descubierto los engaños de Zeus, quien aprovecha su naturaleza divina para abusar de hombres y mujeres, pero también se enfrenta al dios del Inframundo mediante el secuestro que hace de la Muerte, a quien deja amarrada para que no pueda tomar la vida de nadie. En este sentido, Sísifo ama la vida y por ello es que hace lo imposible por regresar al mundo una vez que su cuerpo ha muerto, sin embargo, los dioses no están dispuestos a tolerar su rebeldía y así, llevado al Inframundo por la fuerza, lo condenan a cargar con una piedra que tiene que llevar a la cima de una montaña, misma que siempre vuelve a rodar hacia abajo cuando parece que Sísifo triunfará. El castigo es interminable y nada de lo que Sísifo haga impedirá que la piedra ruede cuesta abajo por siempre.
El filósofo Albert Camus dice de Sísifo lo siguiente: «No hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Veo a Sísifo volver a bajar con paso lento hacia el tormento sin fin. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico, sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. Si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Cuando nos aferramos a los recuerdos, cuando queremos ser dichosos a pesar de todo, sucede que la tristeza surge en el corazón: es la victoria de la roca.»
No le interesa tanto a Camus lo que sucede con Sísifo cuando éste va cuesta arriba con la piedra, sino, más bien, la transformación que este rey humillado vive en su interior cuando, derrotado, va nuevamente cuesta abajo para repetir su castigo. La tragedia de Sísifo, más que estar en su trabajo sin fin, se halla en la consciencia que posee. Sí, es irónico, mas verdadero también. La posesión de la consciencia no garantiza la felicidad, como a menudo se cree, pero sí favorece la obtención de un estado de paz que resulta fundamental en el momento en que tenemos que enfrentarnos a la inmutable realidad. El mundo es como es desde antes de que llegáramos y nada podrá cambiarlo, pero asumirlo desde la consciencia, y no desde el absurdo, nos permitirá enfrentarlo con la ventaja de la paz.
Si la realidad, en nuestro estado de inconsciencia, nos parece en ocasiones indeseable, qué será de nosotros cuando vivamos el instante conscientemente. La tragedia de cada uno de nosotros comienza en el momento en el que sabemos que hay una verdad aplastante sobre nosotros; dichosos son quienes pasan por la tierra en un estado de letargo, mas eso no es realmente vida. La familia, el amor y el apetito por el dinero, entre otros, son los diferentes flancos por los que entramos a la región del absurdo. Cual sísifos, todos cargamos una piedra que esperamos no ruede cuesta abajo, pero la cotidianidad se manifiesta con toda su brutalidad y nos ciega de tal manera que no hay día en el que no hagamos más que cargar, neciamente, con una masa que volverá a caer. Ya lo decíamos al inicio, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y el único que todos los días se empecina en realizar un imposible. ¿Por qué ocurre esto? Ya lo dijo Camus, porque nos aferramos al pasado, porque aceptamos caer en esclavismos laborales pensando que el dinero es el bien mayor, pero, sobre todo, porque aceptamos cargar con la piedra más pesada de todas y ésta no es otra que la tristeza que se aloja en el corazón; vivir desdichadamente es la derrota del sísifo que somos y la victoria de la roca.
www.elmundoiluminado.com