Nunca lastimaremos lo que no nos representa una amenaza. Solo agredimos o anulamos aquello que puede simbolizar para nosotros un peligro.
¿Qué tan poderosa o amenazante puede ser una mujer hasta llegar al grado de querer humillarla, debilitarla o desaparecerla?
Una total paradoja pues la humanidad existe gracias a la mujer y sus cuidados.
Tristemente, en diferentes momentos históricos, algunos filósofos, historiadores, líderes religiosos o políticos, han expresado literalmente un profundo y evidente desprecio hacia la mujer.
Imprimiendo así en muchas personas, una idea, a veces insuperable, de discriminación y anulación. Pues nunca pudieron comprobar el hecho de que la mujer sea inferior en algún punto a los varones.
Pero, ¿cuál es el origen de esta atrocidad, de estas creencias absurdas? ¿porqué aparece la misoginia?
La misoginia es una aversión a las mujeres, el acto de considerarles inferiores, e invitando a los varones a pisotear y humillar todo lo que represente la feminidad. Claramente la historia ayudó a generar y arraigar fuertemente esta creencia. Pero detrás de estas ideas, debe haber algo más, pues por alguna poderosa razón se sigue alimentando.
Probablemente y es sólo una hipótesis, este desprecio a la mujer, sea causada por una envidia a su natural proceso de gestación, al lazo único con sus hijos, o a un temor a la madre y la imposibilidad de enfrentarle. Una madre poderosa, y a veces monstruosa, que puede asustar a un pequeño por su gran tamaño, por sus castigos, sus gritos o por su insuperable imagen de poder.
Muchos años se ha luchado contra la misoginia, contra las injusticias, contra las injustificadas atrocidades de las que muchas mujeres han sido víctimas, solo por el hecho de ser mujer, no tanto por sus buenos o malos actos, pues de ser así, sería un proceso justo para unos y otras, hombres y mujeres.
Es necesario seguir estudiando e investigando el origen y la manera en que todo pueda engranar y mejorar, como lo hacen ya muchas historiadoras, sociólogas, antropólogas, psicólogas, modificando los discursos y la lógica que se utiliza al referirse a lo femenino.
Aunque absurdo es también que entre mujeres manejemos este odio a otras mujeres, porque nos degradamos cada día y de muchas maneras, cuestionando la forma en que criamos a nuestros hijos, al envidiar lo que otras mujeres poseen, juzgando hasta la forma de conducir, de vestir, de ser, etc.
Ni que decir de nuestras madres y abuelas que continúan haciendo diferencias entre hombres y mujeres en el hogar: enseñando a las niñas que deben quedarse en casa, cuidar de los hermanos, ser muy prudentes, guardar silencio, ser sumisas y obedientes, portarse bien para que les quieran, limpiar, cocinar, nunca decir groserías y, por otro lado, siendo permisivas y consentidoras con los varones, tras la idea de que en un futuro, ellos tendrán que sostener un hogar y tendrá que esforzarse mucho para eso, cuando la realidad es que las mujeres lo hacen en la mayoría de los casos y desde hace siglos.
Y si, además, sumamos el hecho de que todavía hay muchas culturas y países donde las mujeres tienen prohibido acceder a la educación, las cosas se tornan desalentadoras.
El problema aumenta cuando la ira se acumula de generación tras generación, porque el enojo de las mujeres no surge a partir de su historia personal, desde que nace, sino desde sus ancestros, una ira acumulada por siglos donde el mensaje claro es “haz algo por nosotras”, sin entender exactamente cómo.
Solo sabemos que debemos pelear por una igualdad y evitar a toda costa seguir recibiendo insultos y humillaciones, dejar de ser objeto sexual y luchar por ser reconocidas en todos los ámbitos.
Es preciso saber qué queremos y cómo cambiarlo, para salir de este enojo perpetuo, y el deseo de venganza, que solo nos mantiene en la misma posición de víctimas.
Un discurso claro, con información y emociones congruentes, una educación sexual adecuada, el fortalecimiento del amor propio y confianza en nuestros hijos e hijas, será un buen camino a seguir para dejar que la semilla de idea de igualdad y de respeto a los derechos de los seres humanos, germine y florezca saludablemente.
Así no tendremos necesidad de aclarar en cada momento que somos valiosas, no tendremos que desdoblar el lenguaje que tanto nos abruma hoy en día, no tendremos que repetir que se debe respeto a la vida e ideas de una mujer, porque éstas ya habrán quedado introyectadas.
Claro que la diferencia de sexos no la evitaremos, cada uno asumirá su rol, pero sin la necesidad de aplastar al otro para reconocer lo que somos y lo que valemos.
La situación biológica no ayuda mucho. Las mujeres debemos lidiar con nuestros procesos naturalmente cíclicos, con un embarazo, con un doloroso parto, con el compromiso y obligación de cuidar de nuestros hijos durante un largo tiempo, de lidiar con respuestas hormonales que no están bajo nuestro control, que alteran nuestras emociones y que nos hacen blanco fácil de burlas y humillaciones.
Virgen o ramera. No hay otra opción aparente. Se encasilla y se juzga a una mujer con tanta crueldad y descaro… que quedamos atrapadas sin posibilidad de escapatoria. Pero ¿quién dijo eso? ¿quién decide quién es o no es un ser humano? Nadie en realidad.
Claro está, que cada uno posee una personalidad única, generada tanto por la genética como por una crianza y cultura determinadas y eso nos hace responsables de nuestros actos, uno a uno.
Sin embargo, para llegar a ser personas fuertes, seguras y amorosas, justas y productivas, se necesita un trabajo duro, uno que cualquier persona, mujer u hombre, de cualquier cultura o religión, debe hacer para convertirse en alguien sabio y pleno. Pues las metas solo se alcanzan trabajando en ellas.
Todavía tenemos mucho camino por recorrer, comenzando por recordar que, si algunos varones nos odian solo por ser mujeres, no es porque seamos una aberración de la naturaleza, sino porque este poder que nos fue otorgado, les representa una amenaza con la que no pueden lidiar.
Pues es absurdo pelear cuando cada uno tiene un lugar especial. Cuando se nos fueron dados dones y talentos para trabajar y resolver problemas en equipo.
Mucho depende de nosotras el que la humanidad mejore cada día…no es minimizar a los varones, es reconocer el lugar que cada uno de nosotros tiene en el mundo, pues de esta manera podremos alcanzar las metas y la plenitud que tanto anhelamos. Aceptando que habrá cosas que podemos cambiar, y resignificando las que no.
Y RECUERDEN, TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL, Y SI LAS COSAS NO ESTÁN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.